jueves, 4 de junio de 2009

CONTRA LA PAREJA

"Sólo pude conocerla desnudo; vestido con miedos ella siempre era otra persona"



Ten por seguro que cuando el poder logra reproducirse en nuestros gestos más íntimos no hay posibilidad de escapatoria, de destrucción. Nuestra vida queda entonces truncada desde la raíz; castrados tú, que sólo eres tu libertad, y yo, que sólo puedo ser, eso mismo, y con nosotros toda posibilidad de subversión.

No podemos destruír el poder sin construirnos en el mismo proceso como seres libres que se expanden unos sobre otros. En contra del viejo principio cristiano "tu libertad termina donde empieza la del otro", afirmo que tu libertad y mi libertad se expanden junto a la del otro.

Aquí topamos de frente con las ideas que vertebran nuestras relaciones; el amor, el sexo, la libertad, la pareja, etc. Más que ideas, idealizaciones sobre las que el sistema publicitario del poder pone todo su empeño en manipular, promover y transferir universalmente a los cerebros de los consumidores de la sociedad del espectáculo.

¿Quién después de pensar un momento sobre ello no tiene la certeza de que no lo hacen en balde? Toda su batería publicitaria no es un simple juego inocente. ¿Por qué ese empeño en la pareja por encima de adaptaciones modernizantes como las parejas de hecho o las parejas homosexuales? Porque la pareja es fundamentalmenteuna institución político-económica y policial. Se sustenta en un proyecto económico para toda la vida. Desde que se institucionaliza como tal se empieza a ejercitar la mentalidad policial que caracteriza al compañero, adoptando el papel del censor de los comportamientos que pueden hacer peligrar la estabilidad económica. El deseo y el riesgo, que son en esencia la misma vida, son reducidos a un esquema fantasmagórico de sí mismos.

Podríamos pensar que sólo se trata de la castración de nuestra sexualidad, de la pasión encerrada en una sola cama, de reproducción responsable, y que este es el único precio que pagan los carceleros. Pero su castración va más allá. Se trata del poder conviviendo en la intimidad de las relaciones, despersonalizando, uniformando, interiorizando la necesidad compulsiva de consumir amor, institucionalizando la esclavitud. De seres deseantes, el poder quiere transformarnos en seres enfermizos, dependientes, posesivos. La monopolización del cariño, las atenciones y las bromas del otr@ l@ convierten en nuestra pareja. Le pueden dar mil nuevas variantes que te den colorido, pero en realidad, la pareja está allí donde dos se convierten en uno y dejan de ser personas para esclavizarse uno a otro. Uno por su valor de consumo-¿satisfacción? y el otro aplastado por su propio papel. Y en el fondo las acciones en bolsa. La fidelidad a ese contrato es un crimen contra la humanidad. La pareja es la cárcel de los deseos de solidaridad, y apoyo mutuo, de las aspiraciones de cambiar este mundo definitivamente. Es el modelo de familia elegido por siglos de patriarcado y cumple su función.

¿Y los hijos? Los hijos son esos seres sacrificados en el altar de los pequeños compromisos; la extensión futurible de la pareja; la perpetuación en el tiempo del proyecto económico; oscuro deseo de "la permanencia" en la memoria y la esperanza futura de que la vida haya valido la pena. ¿Por qué debemos protegerlos cristianamente de la trágica tensión, del conflicto permanente que existe entre la complejidad de nuestros y sus deseos y la simplicidad de las normas sociales impuestas? Acaso vamos a solucionar algo si tristemente respetamos las órdenes de los viejos, sofocando nuestra aspiraciones de felicidad aplazándolas. Sus sentidos y sentimientos son maltratados, coercionados desde pequeños, como lo fueron los nuestros, para adaptarlos rígidamente a lo que debe ser un hombre, a lo que deben ser la mujer y la pareja. Aquí ya no se discute nada, una vez que sus sentidos perciben lo que tienen que percibir y sienten lo que hay que sentir, ya no hay más realidad, no hay otra posibilidad que este horrible mundo. Tras el paso de la pareja queda un reguero de vidas frustradas, de pensamientos abortados, de grietas que se taponan por las obligaciones de los pequeños compromisos.

La destrucción del poder implica la destrucción de todas las instituciones creadas por él, incluida la pareja. Es necesario revolucionar nuestra forma de pensar y actuar, pero también de sentir. No basta únicamente con reivindicar el amor libre, no se trata sólo de creer o no en la fidelidad, como quien cree o no en Dios. Atacar la institución de la pareja es un rotundo acto de apología de la vida, de afirmación del propio individuo como ser libre, como ser deseante, a partir de aquí se abren infinitos caminos por recorrer.


Plenilunio Nº 19

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