domingo, 30 de agosto de 2009

The Decline of Western Civilization III x Penelope Spheeris

INTRODUCCION DE EL HEDONISTA: ESTE PARA LOS QUE HABLAN INGLES. IGUAL LO SUBI PORKE ESTA MUY BUENO (OJALA HUBIERA CON SUBTITULOS EN ESPAÑOL PERO LO DUDO, LO KISIERA PASAR ACA EN MI CIUDAD). ESTE ES PARTE DE UNA TRILOGIA QUE LA DIRECTORA Penelope Spheeris HACE SOBRE SUBCULTURAS JUVENILES-LA PRIMERA Y ESTA DE AKI SOBRE EL PUNK Y LA SEGUNDA SOBRE METALEROS. NO E VISTO LAS OTRAS DOS PERO ESTA DE AKA ES SOBRE UNOS PUNKIES ADOLECENTES EN SU MAYORIA O EN COMIENZOS DE LOS 20´S DE LOS ANGELES KE VIVEN EN SU MAYORIA EN LA CALLE O EN OKUPAS Y TODOS PUNKEROS Y PASAN TODO EL DIA BUSCANDO COMIDA, PIDIENDO PLATA EN LA CALLE Y CHUPANDO Y TODO ESO. LA MAYORIA SE SALIERON DE SU CASA O LOS BOTARON ASI KE VIVEN EN LAS CALLES. ARTICULOS SOBRE ESTA PELICULA COMO ESTOS TRES http://www.reelviews.net/movies/d/decline3.html http://strangereaction.com/2007/08/03/the-decline-of-western-civilization-iii/ http://www.filmvault.com/filmvault/chicago/d/declineofwesternc1.html ESTAN MUY TRISTES Y DICEN QUE LA PELICULA MUESTRA UNA REALIDAD MUY CRUDA. LA VERDAD CONOCIENDO LAS REALIDADES DE LOS NIÑOS DE LA CALLE EN LATINOAMERICA PUES LOS "GUTTER PUNKS" KE AKI VEMOS SE LA PASAN MUCHO MEJOR. EN TODO CASO LA PELICULA ES BUENA Y AL CHEKEAR SOBRE LO KE SE TRATAN LAS DOS ANTERIORES PUES ESTA DEFINITIVAMENTE PARECE LA MEJOR. AHORA TAMBIEN ESTOS ARTICULOS ANTES MENCIONADOS HABLAN DE QUE ES TRISTE COMO SE PASAN ESTOS CHICOS DE FIESTA TODOS LOS DIAS. LA VERDAD ESO ES MUCHO MEJOR KE TRABAJAR Y YA KISIERAN MUCHOS PODER VIVIR ASI. PERO DE TODAS FORMAS NO HAY KE OLVIDAR KE VIVEN EN LA CALLE Y TODO ESO Y EN REALIDAD ALGUNOS DE ELLOS TERMINAN MUERTOS. PERSONALMENTE A MI ME GUSTO LA PELICULA POR COMO CAPTURA MUY BIEN EL ESTILO DE VIDA PUNK HABIENDO YO ESTA CERCA DE PUNKS Y TODO ESO Y CHUPADO Y TODO CON ELLOS Y ESCUCHANDO ESO A MENUDO. ASI KE ME PARECE KE EN SU MAYORIA ELLOS VIVEN MEJOR KE LO HARIAN EN CASA DE SUS PADRES O EN TODO CASO LA PREGUNTA ES ABSURDA DADO A KE A ALGUNOS LOS ECHARON DE SU CASA O ELLOS MISMOS NO KIEREN REGRESAR. TAMBIEN CREO KE ES MUCHO MEJOR DE COMO VIVEN LOS CHICOS DE LA CALLE DE LATINOAMERICA Y DEFINITIVAMENTE MUCHO MEJOR DE COMO VIVEN LOS CHICOS DE LA CALLE EN LUGARES COMO BRASIL O COLOMBIA DONDE SE ENFRENTA SITUACIONES DE VIOLENCIA MUCHO PEORES CON MIERDAS COMO PARAMILITARISMO Y TODO ESO, Y ESTO TANTO ASI KE DICE UNO DE LOS ARTICULOS KE LA MISMA DIRECTORA SUPUESTAMENTE VIVIO UN TIEMPO CON ALGUNOS DE ELLOS (!). ASI QUE PUES ME PARECE QUE ALGUNA DE ESTA GENTE SOLO VE A ESTOS MUCHACHOS CON LASTIMA Y ESTO INCLUYE A LA DIRECTORA. POR MI PARTE SIN DEJAR DE SER SENSIBLE A LOS GRAVES PROBLEMAS QUE ENFRETAN DE TODAS FORMAS ADMIRO SU DESEO DE VIVIR Y PIENSO QUE SU VISION DE "NO FUTURE" QUE A LA DIRECTORA PARECE LE DA LASTIMA, ES EN MUCHO UN RECHAZO LIBERTARIO DE UN FUTURO QUE ESTA SOCIEDAD LES OFRECE Y QUE ELLOS DESTESTAN Y ASI DECIDIERON HACER UN "EXODO" DE ESTA MAQUINARIA SOCIAL Y AFIRMAR SU AUTONOMIA.









ITINERARIO DE UN HOMBRE LIBRE: Henry David Thoreau x Lucas Moreno


Buenos Aires, marzo de 1997

Prólogo al libro Del deber de 1a desobediencia civil de Henry D. Thoreau. Ediciones del valle-DISSUR Ediciones.


La vida de Henry David Thoreau transcurre entre el 12 de julio de 1817 y el 6 de mayo de 1862. Su ciclo vital coincide en los Estados Unidos con la marcha hacia el Oeste, los años de la ocupación de tierras vírgenes que posibilitó la fundación de pueblos y la transformación agraria, base del desarrollo económico que llevaría a ese país a la posterior etapa de acumulación capitalista y a su predominio actual.

Nació en Concord, Massachusetts, aldea aledaña de Boston, de la que no salió sino para realizar un breve viaje al Canadá y otras excursiones de exploración por los ríos Concord y Merrimack, origen de uno de sus libros. Concord plasmaría su carácter en el doble aspecto de fijar su sensibilidad en la contemplación de la naturaleza -verdadero éxtasis o inmersión en ella- y de forjar el individualismo que lo singulariza, típico de un habitante de aquella Nueva Inglaterra puritana, donde cada hombre sentíase libre ante un Estado todavía débil. Veremos como Thoreau supo enjuiciar y enfrentar a ese Estado.

Proveniente de una familia humilde, se graduó en letras en Harvard y logró integrarse al núcleo de intelectuales liderado por Emerson, hombres y mujeres que adherían al trascendentalismo, movimiento filosófico creado por el maestro y que alcanzó relieve e influencia tanto en los EE.UU. cuanto en Europa. Concord se convirtió en polo de irradiación cultural y ganó con justicia el nombre de "Atenas de América". Al influjo de ese ámbito vieron la luz, entre 1 850 y 1 855, estas obras maestras : Hombres simbólicos, de Emerson, Moby Dick, de Melville, La letra escarlata, de Hawthorne, Hojas de hierba, de Whitman y Walden, o mi vida entre bosques y lagunas, de Thoreau. El tiempo ha desdibujado la vigencia de algunas de estas obras, pero aún resplandecen la novela de Melville, el poemario de Whitman y Walden, tal vez el libro más difundido del vagabundo de Concord, junto con Desobediencia civil. De los escritores clásicos estadounidenses sigue siendo Thoreau el más leído.

Este pensador, que dio las espaldas a la sociedad de su tiempo, negó los convencionalismos y se recluyó en su soledad para contemplar el mundo con mirada lúcida y pensamiento original. Se ganó la vida fabricando lápices de grafito junto a su padre. Por eso enaltece repetidamente en su obra el valor del trabajo manual como medio de superación, aun en su tarea de escritor caudaloso, infatigable. Su mayor legado se halla en los catorce volúmenes del Diario íntimo, decenas de cuadernos en los que anotó de manera pormenorizado los acontecimientos de su vida. Hoy se hallan en la casa-museo de la Banca Morgan, en una caja de madera construida por el propio Thoreau. Curioso destino para la obra de un filósofo que despreció el lujo y la riqueza el ser atesorada por uno de los monarcas de la plutocracia. Metáfora de quien siendo dueño de todo, no lo es de sí mismo. Y añora la libertad hallada en la obra de un pensador solitario, recolectar de bayas en los bosques cercanos a Walden. Tal vez esa confesión inconsciente nos revela que dentro del capitalismo quien posee la llave es también un prisionero más del sistema, aunque los barrotes de su celda sean de oro.

Thorcau se opuso a todo principio de autoridad -celestial o terrenal-, despreció el maquinismo, los negocios, el lujo, el exceso de comodidades, y postuló claros principios de vida que asumió cotidianamente practicando un ascetismo material. "El hombre es rico en proporción a la cantidad de cosas de las que puede prescindir." Nunca pisó una iglesia. Su religiosidad proviene de una permanente comunión con la naturaleza mediante la contemplación; el estado armónico del ser consigo mismo y con el todo del cual se sabe parte. Era un panteísta que había asimilado considerable suma de filosofía oriental. Al egresar de Harvard poseía un equipo intelectual admirable. Dominaba el griego y el latín y traducía obras clásicas. Sabía francés, italiano y alemán y llegó a conocer algo de español. Y lo que es más importante, pensaba por sí mismo.

La primera anotación que registra su Diario expresa apetencia de soledad y de silencio para dedicarse a la meditación. Dice: "Busco una buhardilla". Ansiaba huir de su casa que era un verdadero gineceo, saturada de voces, de chismes y visitas. Resolvió su problema saliendo del pueblo y construyendo una cabaña en la cercanía de Walden, la-una perteneciente a un sistema de pozas encadenadas, a una milla de distancia de Concord. Era la primavera de 1845. Con sus manos cortó árboles y construyó la cabaña que -como la describió su amigo y primer biógrafo, Ellery Channing- constaba de una habitación única en la que el filósofo cocinaba y comía, dormía y estudiaba. "Tenía cabida para una sola persona... Era una garita situada a orillas de la laguna ... la puerta carecía de cerradura y la ventana de cortina. Pertenecía a la naturaleza no en menor grado que al hombre..." Plantó habas y comió al cosecharlas. Vivir de su trabajo manual le dio un orden espiritual insospechado. Dilató su horizonte mental como si el juego simétrico de su cerebro y de sus manos creara la dimensión de un hombre nuevo. Esta experiencia vertida en Walden tuvo repercusión no sólo en la juventud norteamericana. Años después de la muerte de Thoreau el libro era leído y difundido por los socialistas ingleses. Al dar la base de una liberación económica mínima apuntaba a demostrar que el individuo podía subsistir sin atarse a las presiones de la sociedad y del Estado. Como vemos, dista de ser la experiencia de un ermitaño excéntrico.

En el atardecer del 22 de julio de 1846 Thoreau cruzaba el pueblo en busca de unas botas que había dejado para remendar. Fue detenido y encarcelado por no haber pagado un impuesto. Se negó a pagarlo cuestionando la potestad del Estado para obligar a un ciudadano a prestar acatamiento a una decisión que no se le había consultado. Pasó la noche en la cárcel y al día siguiente su hermana pagó un dólar, que era el valor del tributo. Puesto en libertad se negó a salir de la cárcel y tuvo que ser desalojado por la fuerza. En defensa de la libertad individual escribió: "Durante seis años dejé de pagar mis impuestos como votante. Por este hecho pasé, una noche en la cárcel , mientras miraba las paredes de piedra sólida, la puerta de madera y de hierro y las ventanas cruzadas por barras de acero, no pude dejar de impresionarme por la estupidez de esa institución que me trataba como si fuera un paquete de carne, sangre, y huesos que debía ser encerrado bajo llaves. Había una pared mucho más difícil de saltar para los ciudadanos, antes que pudieran ser tan libres como yo"

Este hecho culminó en Desobediencia civil, publicado en 1849. Su intento de resistir el poder del Estado germinó en diferentes latitudes y hombres. Sirvió de fundamento teórico para la resistencia pasiva ejercida por Gandhl y -más cerca de nosotros en el tiempo- a la acción de Martin Luther King. León Tolstoi lo leyó hasta en sus últimos días y declaró haber sido influido por él en la decisión de su renuncia a sus bienes. Los movimientos ecologistas de la actualidad alzan a Thoreau como bandera. Los anarquistas lo citan y reconocen la grandeza y originalidad de su prédica. Lo cierto es que Henry David Thoreau excede largamente todo movimiento ideológico y todas las limitaciones partidarias. Que no fue un sabio distraído lo prueba haberse jugado por John Brown, cuando éste estaba preso antes de ser ejecutado. Llamó a las gentes de *Concord a oír su alegato en favor del viejo luchador. Thoreau siempre fue abolicionista pero esta vez la defensa de Brown -aunque inútil- le valió el odio de los hombres del Sur y la indiferencia de los del Norte. Ningún diario de Boston se atrevió a publicar el alegato.

La vida de Thoreau se apagó, abatida por la tisis, poco antes de cumplir cuarenta y cinco años. Quien dejó escrito "Mis pensamientos asesinan al Estado" y "Deseo por igual ser un b uen vecino y un mal ciudadano", se fue con el respeto de su pueblo pero sin el reconocimiento que merecía su genio. Duele pensar que haya sido así. Hoy, junto a su nombre sólo pueden inscribirse los de Whitman y Poe.

¿Cuál es la vigencia del pensamiento de Thoreau en los albores del siglo veintiuno, que son los del tercer milenio? Ya sabemos que ningún Robinson puede ensayar el cambio de esta sociedad, ni siquiera su reforma. No hay salvación individual sino social. El hombre nuevo deberá librar batalla contra los dioses celestiales y contra los semidioses que gobiernan el sistema capitalista, perverso y antihumano, fundado en la propiedad privada que sustenta la sociedad de clases. Se batirá contra el Leviatán ("gerencia de la clase poseyente"), insaciable de sangre y sudor amonedados. ¿Qué diría hoy Thoreau de la propaganda que anuncia la muerte de las ideologías para encubrir y dejar intacto el aparato de la explotación? ¿Cuál sería su reacción ante los judas del socialismo que decretaron la cesación de la lucha de clases? Esbozaría una sonrisa y convocaría a la lucha, en afirmativo acto de fe en el destino del hombre. Porque su vida fue un denodado ascenso hacia la libertad sigue hablándole al futuro : "La luz que enceguece nuestros ojos es oscuridad para nosotros. Sólo alborea el día para el cual estamos preparados. Hay aún muchos días para amanecer. El sol no es sitio una estrella en la mañana"

Individualismo, Estética y Humanitarismo x Eugen Relgis

INTRODUCCION DE EL HEDONISTA: PARA INTRODUCIIR A EUGEN RELGIS CONSIDEREMOS ESTO DE http://www.filosofia.org/ave/001/a046.htm "Ideólogo y activista de cierto pacifismo anarquista, apóstol del humanitarismo y propagandista de la eugenesia, nacido en Iasi, Rumanía, en 1895 y afincado desde 1947 en Uruguay, en cuya capital, Montevideo, falleció el 22 de marzo de 1987." ESTO DEL "HUMANITARISMO" EL MISMO RELGIS LO DEFINE COMO "Toda doctrina o todo movimiento nace en el momento fijado por la evolución cerebral, económica o espiritual de la Humanidad. El humanitarismo aparece ahora como una doctrina (no como un dogma) que abraza a todos los demás ideales socialistas, científicos, religiosos y estéticos, [24] armonizados y controlados conforme a los principios positivos que resultan del estudio de la evolución de toda la especie humana, pues existe una verdad que penetra todas las situaciones locales y todas las ideologías restrictivas. A pesar de sus errores guerreros, de sus luchas nacionales y de sus conflictos de clases, la Humanidad tiende hacia esa pacificación impuesta por su origen y por su misma finalidad, esencialmente pacíficos. Ella aspira a esa internacionalización que no es sino una nueva expresión de la solidaridad ancestral y una necesidad impuesta por la ley del progreso cerebral, técnico y cultural del hombre moderno."

Versión española de
Eloy Muñiz

Cuadernos de Cultura
LXXXIX
Madrid 1933



Humanitarismo e Individualismo

La cuestión de la intelectualidad es una de las más importantes; no se halla en relación solamente con el progreso social y cultural, sino, sobre todo, con otra cuestión muy discutida: la del individualismo.

Por lo que concierne a los intelectuales en la evolución de las civilizaciones e implícitamente en la evolución social, los teóricos han llegado a ponerse todos de acuerdo sobre algunas fórmulas generales. Es curioso, que en la Rusia moderna, donde los intelectuales se pierden en la masa enorme de los pueblos ignorantes, sojuzgados y místicos, hayan unido sus esfuerzos para combatir por la libertad y que sea allí donde el problema de la intelectualidad («l'intelligencia») haya preocupado a la mayoría de los sociólogos desde N. C. Mihaïlovski hasta P. Lavrov. Por medio de estos últimos se ha llegado a una definición casi completa de la intelectualidad y es Ivanov-Razumnik quien nos la expone. {(1) Ivanov-Razumnick: Von den Intellektuellen, Berlín 1920.} [4]

Si admitimos que los intelectuales son «el órgano de consciencia de un organismo superior: la sociedad», volvemos a la antigua concepción helénica del antropomorfismo universal y al paralelismo entre el sistema nervioso en un organismo y los intelectuales en la sociedad.

Los intelectuales forman ante todo una agrupación social a pesar de la afirmación de que se hallan fuera de toda casta y de toda clase (agrupación que nosotros consideramos también fuera de toda nación y de toda raza). En efecto, la profesión de intelectual, incluso cultural, no implica en absoluto la idea de intelectualidad. Según Lavrov, no hay diploma universitario que pueda conferir a nadie el derecho de llamarse intelectual; este mismo sociólogo los llama semisabios: los salvajes de una cultura superior. Esto es lo que sostiene también el teórico del activismo alemán, Kurt Hillar, quien pone en duda a un químico o a un historiador el título de intelectual, si no es más que un simple especialista o «artesano»; concede de mejor gana este título a «una simple modista», cuya vida interior constituye un fulgor más para la conciencia humana, o a un obrero, cuyo cerebro está trabajado por una nueva idea civilizadora o incluso científica.

En el mismo sentido se expresa L. S. Judius {(1) en La Houle, núm. 2, 1926, órgano de «Los Compañeros del Pensamiento» (Asociación General de Trabajadores Intelectuales}, quien define como verdadero intelectual al que se [5] preocupa de extender y de profundizar su cultura. No son verdaderos intelectuales el escritor, por talentudo que sea; el ingeniero o el doctor, por experimentados que estuvieren; el periodista o el abogado, más o menos hijos de familia, «que lograron asegurar su existencia y que sólo aspiran a poseer un confort material que convenga a su rango». Los que se preocupan de su orientación mental, de sus afinidades espirituales o de su elevación moral, esos son intelectuales. Estos no limitan su horizonte a la vida mundana, así como lo hacen la mayoría de los que ejercen una «profesión liberal». El verdadero trabajador intelectual puede pertenecer a todas las clases de la sociedad. Puede ser un simple obrero intelectual o ministro, un pobre funcionario o un «administrador espléndidamente pagado», profesor de universidad o modesto autodidacta.

«El verdadero trabajador intelectual –escribe L. S. Judius–, es el que respeta su trabajo y que, por medio de él, se hace respetar como tal; es el que quiere así, de manera intensa, su liberación definitiva y total; es el que, sediento de saber lo que es y lo que debe ser, procura comprender y realizarse... Es el que esculpe su «yo», que enriquece su corazón, que contempla su carácter... ; es el que hace de su alma una obra de arte; es aquel que reflexiona sobre todos los problemas que se plantea la conciencia humana.»

Otro carácter de la intelectualidad, según la definición rusa, es la continuidad; existe una correlación ininterrumpida entre todas las generaciones de intelectuales y existen también ciertas ideas centrales [6] que unen a los intelectuales en un esfuerzo común. Trasladada a la sociedad y a la ética, aparece la intelectualidad bajo otro carácter evidente: es éste la agrupación opuesta a la mayoría ignorante y, sobre todo, a la semicultivada, fosilizada en tradiciones y supersticiones, en las costumbres convertidas en manías y con ese culto a lo vulgar que no es más que muy específico para la burguesía.

La intelectualidad es así, lo opuesto a la mediocridad; es la personalidad pensante y crítica, la que determina el desenvolvimiento y la evolución de las civilizaciones. La cultura social tan sólo es ennoblecida por ese pensamiento activo que tiene su influjo sobre las multitudes y sobre la civilización. La función del intelectual no se reduce a la simple contemplación o a la meditación pura; si no lucha contra sí mismo y contra la sociedad; si su obra científica, literaria y estética no se funda sobre la verdadera naturaleza del hombre y no constituye al mismo tiempo una aportación al progreso cultural y espiritual de la humanidad, su intelectualidad resulta estéril.

Por su esencia, la intelectualidad debe, en efecto, ser creadora; sus fuerzas interiores deben exteriorizarse y convertirse en fuerzas culturales y sociales. Debe tener una directiva consciente y llegar a crear, a despecho de la mediocridad mayoritaria; tender a la emancipación del hombre de todas las servidumbres, tanto físicas como sociales o morales y, sobre todo, aumentar la personalidad humana y multiplicar las individualidades.

La lucha por la personalidad: he ahí la misión [7] esencial de la intelectualidad. De este modo, la exposición de Ivanov-Razumnik confirma la idea primitiva de N. C. Mihaïlovski. El socialismo individualista preconizado por el primero está basado en los principios de Mihaïlovski, que ha consagrado una buena parte de su gran obra sociológica y filosófica al individualismo social {(1) Carl Brinkmann: Soziologie der «Intelligenz», página 42 de la Soziologische Probleme der Gegenwart}.

¿Es el individualismo una doctrina social o una simple actitud ética y estética? ¿Se reduce a un simple sentimiento pronunciado, cierto es, de «la unicidad y de la diferenciación de los «yo», a un aislamiento decidido y, por tanto, a una oposición contra la sociedad?, como se pregunta Palante {(2) G. Palante: Combate por el individuo}. Fuera lo que fuere, el individualismo que implica un postulado de orden subjetivo (hallándose en estrecha unión con el temperamento), puede constituir también un método para el estudio de tantos problemas que parecen excluirse generalmente. Una exposición del individualismo nos llevaría a un laberinto de personalidades y de teorías, y no podemos analizarlo aquí más que en sus relaciones con el humanitarismo.

Estas dos nociones estaban hasta hoy opuestas una a otra, y el individualismo, en su lucha contra la sociedad, ha llegado a extremos inconciliables. Tomado en un sentido espiritual, hasta el «superhombre» de Nietzsche es un ideal que no resulta [8] de posibilidades reales de la humanidad. «La voluntad de potencia» que le caracteriza, implica la existencia de una fuerza implacable y la intolerancia de toda inferioridad. Por esta razón es por lo que la concepción nietzscheana pudo ser tan desnaturalizada por ciertos teóricos y aplicada asimismo al ideal político alemán. El militarismo prusiano ha adornado su sable con los aforismos de Zaratustra. El superhombre de Nietzsche se eleva sobre las hecatombes, sobre la servidumbre de los hormigueros humanos y no nace del hombre, tal como el superhombre de Nicolai, que contiene en sí al hombre, al mono, a la bestia, a la planta, al mineral y a toda la serie de la evolución de la vida terrestre.

* * *

El individualismo extremo halla su expresión en el anarquismo, en la lucha contra la autoridad, cuyo instrumento es el Estado. No hay lugar para exponer aquí las distintas concepciones anarquistas, comenzando por Bakunín, Kropotkín, Elíseo Reclus o Ernesto Coeurderoy, y terminando por E. Malatesta, Max Nettlau (a quien debemos una rica bibliografía del anarquismo), Pierre Ramus, Sebastián Faure o E. Armand. Lo que aquí nos preocupa es el método individualista con relación al humanitarismo.

Es necesario, sin embargo, bosquejar el retrato del prototipo del individualista anarquista. Un nombre y una obra se nos aparecen inmediatamente: [9] Max Stirner, El Unico y su propiedad. Numerosos críticos sociales se preocupan hoy aún de este libro, que es, desde el principio al fin, un grito de libertad y de rebeldía del «yo». Benjamín de Casseres se ocupa de él con mucho discernimiento {(1) En L'en dehors, núms. 82-83}. A sus ojos, El Unico y su propiedad, expresión suprema del egoísmo y de la rebeldía, no es, sin embargo, uno de los libros más peligrosos, pues su filosofía es impracticable. Las enseñanzas de Ibsen, de Emerson, de Whitman y de Nietzsche son más «peligrosas» que el libro de Stirner. El Unico y su propiedad es, empero, una obra que incita al hombre a un examen de conciencia, una obra que aniquila los «santos fantasmas». El «Unico humano» es para Stirner una especie de divinidad. Para servirla tenemos que dejarlo todo: Estado, hogar, familia, religión, todo lo que mata al alma humana. Mas, libres de esos «parásitos», de esos «fantasmas terrestres», no sabemos hacia qué dirigir nuestras aspiraciones. «La propiedad del Unico» parecía tener, según Kipling, el sentido siguiente: «Toma todo lo que te sea necesario para el perfeccionamiento de tu personalidad.»

El individualismo de Stirner sería una rebelión contra todas las cadenas sociales. El Estado, la Iglesia y la familia impiden la realización del Unico. El civismo es tan sólo esclavitud. Los padres mutilan a sus hijos desde la cuna. Las leyes nos impiden poseer nuestra propia «propiedad» que es nuestro «yo». El altruismo es una dolencia de la [10] voluntad. El único criterio es el éxito y sólo él es igualmente «justo». La cosa que yo quiero utilizar es buena y la que quiere servirse de mí es mala.

Estos principios son elementales para todo individualista. El individualismo de Stirner tiene un lado racional y majestuoso. Su Unico es un animal hambriento, oculto en lo más recóndito del hombre, pero un animal que posee inteligencia e imaginación y que tiende a satisfacer todas las exigencias de su naturaleza física y psíquica. Si separamos los harapos de la hipocresía y la sucia máscara de las convenciones; si ponemos al descubierto el corazón del hombre, hallaremos realmente un ser que se ama y que se adora a sí mismo, creyendo que los demás le aman y que su adoración le será útil. El hombre es belicoso. Sea cual fuere el grado de «civilización» al cual nos elevásemos, combatiremos por nuestro egoísmo y por la «propiedad del Unico». El «yo» pasa ante la ley y sigue siendo la virtud primordial.

Todas las grandes cosas fueron realizadas por el individuo. La unidad de estimación de la naturaleza es el individuo y no el Estado o la familia. Todo lo que impele al desarrollo material o intelectual surge de la iniciativa individual, aguijoneada por el orgullo o por la necesidad. La decadencia ha hecho siempre su aparición cuando el Estado o la Iglesia han tratado de reglamentar al individuo y a la actividad del Unico. La antigua autocracia se basaba en la teoría de que un hombre debe gobernar a todos los hombres. La nueva autocracia se denomina socialismo o comunismo, y es todo lo [11] contrario de esto. Se basa en la teoría de que todos los hombres deben gobernarse entre sí. El socialismo suprime en el Unico el temor al peligro y debilita los dos grandes móviles: el miedo y el valor. Nadie nace con el derecho a la vida o a lo que esto sea. El único derecho del hombre es el derecho a la concurrencia. Según Stirner, el Estado nunca tiene razón, y el socialismo, que proclama también el imperativo del Estado, no es más que una nueva cadena de esclavitud.

Mas Stirner celebra el instinto del combate; nuestro único sueño y nuestra única virilidad. Debemos ser dueños de las potencias destructoras que se hallan en nosotros y en torno nuestro. Debemos disciplinar las cosas que nos reducen a la esclavitud. Este es el imperativo del Unico. Stirner no admite, por tanto, la idea del autosacrificio, tan difundida por los amos de los pueblos. El «Unico» no se sacrifica; los débiles, incapaces de vivir solos, se «sacrifican». El sacrificio de sí mismo no puede aplicarse universalmente: esto significaría que cada cual debe vivir para el bien... de los demás y que todos deben morir... «¡Todo para mí!», exclama Stirner. Incluso si regala un objeto, éste le pertenece siempre. «Si has cultivado el «Unico» no tienes ningún don que hacer.» Estrangulando el instinto, ahogado el grito de nuestra naturaleza íntima, del alma, que reclama alegría y potencia, y rechazando los impulsos de nuestra «propiedad», nos empobrecemos y debilitamos nuestras vidas: envejecemos rápidamente y, adorando [12] falsos ídolos, continuamos segregando el veneno de una existencia desnaturalizada y desilusionada.

Pero ¡qué distancia entre la concepción de un Stirner y la actitud de tantos anarquistas desprovistos de una concepción cualquiera! Los seudoanarquistas no son más que «yos» hipertrofiados. Deseando ser cada uno un universo libre y no obedeciendo más que a sus propios imperativos, se declaran contra toda organización y contra toda evolución. En su egoísta afirmación de la vida, Max Stirner dice, a pesar de todo: «Es verdadero lo que es mío; es falso aquello cuya propiedad soy; verdadera, por ejemplo, es la asociación y falsos son el Estado y la sociedad...» Ahora bien; la asociación implica un mínimum de organización. Los seudoanarquistas forman una categoría de desesperados que llegan a negar la vida, obstinándose en afirmar su personalidad. Por otra parte, en el dominio puramente intelectual, en el arte, en la filosofía, &c., el anarquismo es más bien pasivo: una actitud muy próxima al escepticismo y al pesimismo.

Precisamos: anarquismo no es siempre individualismo. El individuo puede ser una célula en el organismo y seguir siendo, al mismo tiempo, una unidad autónoma en armonía con la unidad suprema de la especie.

En estos últimos años ha hecho su aparición, sobre todo, en Francia, donde el personalismo es tan variado, un gran número de teóricos individualistas, cuyas doctrinas no se oponen a la sociedad, sino a las instituciones, que obstaculizan el libre [13] desenvolvimiento de las facultades del individuo. Si hay algunos que están contra la familia, la mayor parte están contra el Estado: contra la iglesia de Estado, contra la enseñanza de Estado, &c. No niegan la realidad de la sociedad: ésta es un cuerpo compuesto de una reunión de individuos y que sin ellos se disolvería. Pero, como dice Abel Faure, la sociedad, considerada como organismo, tiene deberes que cumplir para con el individuo y no solamente derechos sobre él. El punto de partida de la doctrina individualista es éste: «La sociedad está hecha para el individuo y no el individuo para la sociedad.» El contrato social debe tender al desarrollo natural de todos; que las relaciones entre el individuo y la sociedad no conduzcan al encadenamiento del primero. El individualismo debe ser activo y creador en todos los dominios. Si destruye, debe saber reconstruir. En este sentido es como Abel Faure aplica la doctrina individualista a la educación y cómo Yves Guyot trata de establecer en el orden económico un sistema que tiene por principio el individualismo.

H. L. Follin, que es el teórico de la «Metapolítica» (convertida después en «Cosmometapolis»), proclama la voluntad de armonía que opone a la «voluntad de potencia» de Nietzsche. Yuxtapone la realidad inicial, es decir, el individuo, y la realidad superior que es la humanidad, sin transición ninguna por una de esas «ficciones» colectivas que no hacen sino provocar desacuerdos y reacciones violentas. Esta voluntad de armonía que halla su expresión social en la concepción de la «supranación», [14] es un método que puede llevar a la conciliación progresiva del individuo con la humanidad.

Ciertos individualistas, tales como W. Mc Dougall, rehusan admitir una selección social en lugar de la selección natural, sacrificando aquélla el tipo superior al tipo medio. Es ésta, en efecto, una regresión, comprobable principalmente en las ciudades {(1) William Mac Dougall: The group mind, 1920, Cambridge}. Estos individualistas ponen en lugar de las dos selecciones antes mencionadas, dos realidades: la evolución natural y el progreso humano, dos cosas que no deben confundirse. El progreso biológico no corresponde generalmente al progreso de la civilización, esto es, de la técnica de la vida. A pesar de la multiplicación de los conocimientos, la capacidad intelectual no se ha incrementado durante el período histórico. En cuanto al progreso moral, es mucho más lento que el progreso intelectual: nos hallamos en este punto casi en el mismo nivel que nuestros antepasados.

Negando la importancia social de los caracteres biológicos y hereditarios, estos individualistas proclaman el «individuo superior» como factor constructivo de la raza y de la unidad nacional. Sin él, no existiría la nación. Es él el que agrupa las colectividades; son los profetas los que crearon el pueblo judío y tan sólo algunos hombres los que prepararon la Revolución francesa... La emancipación de la inteligencia individual se hace fatal para [15] el antiguo orden establecido, y sólo son las personalidades superiores las que conducen hacia el progreso a la mayoría pasiva.

Esta concepción que podría realizarse en la historia de los pueblos, deja de ser justa en el momento en que opone al factor biológico general el factor «individuo superior». Si algunas personalidades superiores activas han podido sobresalir en los dominios culturales y sociales, esto implica la existencia de una colectividad de nivel intelectual elevado y, por lo tanto, cierto progreso cerebral y un progreso biológico de la especie humana.

El individualismo de Marc Lefort {(1) M. Lefort: Bosquejo de una doctrina individualista filosófica y social} –pues cada teórico tiene «mi individualismo»–, es en su esencia «una actitud del espíritu» caracterizada por la admisión de las dos tesis siguientes: 1º, la felicidad del individuo es la finalidad inteligible de toda actividad; 2º, la libertad es el medio general y omnivalente de esta felicidad. En sus relaciones sociales, el individuo tiene que sufrir la opresión económica y la opresión política debido a la existencia del Estado. En consecuencia, ciertos individualistas piden la supresión del Estado por medio de una «desintoxicación lenta del Estado», de una desmembración progresiva del Estado en favor de organizaciones de menor envergadura y que –sin poder aplicar sanciones violentas– estarían al servicio del individuo. De esta suerte, las clases [16] desaparecerán y las riquezas acumuladas en las manos de algunos habrán de distribuirse entre un mayor número de pequeños grupos.

Según Lefort, siendo el individuo la única realidad social, debe de tender al desenvolvimiento de su personalidad por medio de «la voluntad de armonía» y no avenirse más que a fatalidades naturales. Reconociendo que una «modificación mental» es el punto de partida y la condición de todos los demás progresos, las teorías de estos individualistas coinciden con el biologismo de Nicolai. Reconocen también que se trata de evolución y no de revolución. Ante las tendencias modernas de nivelación y de socialización –síntomas de la madurez de las concepciones del burgués siglo XIX–, estos individualistas proclaman enérgicamente la supremacía del individuo sobre la igualdad, el libre ejercicio de la voluntad individual y el control por sí mismo de la actividad personal. La felicidad del individuo «no se halla en la cabeza ajena»; el temor al peligro y las cooperaciones gigantescas son las consecuencias de la despersonalización moderna...

He dicho en la exposición de las doctrinas de Stirner, que «la asociación» implicaba un mínimo de organización para la satisfacción de las necesidades cotidianas. ¡Pero la necesidad de la unión es también muy evidente en lo que atañe a la lucha por la individualidad. E. Armand, por ejemplo, en su revista L'en dehors (número 103, de marzo de 1927), postula una «Internacional individualista anarquista». Estos tres términos parecen difíciles de conciliar. Una Internacional supone en todo caso [17] algunos intereses comunes. En estos tiempos de interdependencia planetaria en todos los dominios (y no solamente políticos y económicos), los individualistas han llegado también a la convicción de que no pueden existir cada cual como un universo aparte; pueden tener actitudes personales y gestos aislados; pueden vivir al margen de la sociedad, pero la satisfacción de las necesidades cotidianas depende de una colaboración que no pueden evitar. No pudiendo someterse a «la autoridad consagrada», se crean un medio que les es propio. Esto es lo que se ve en las tentativas de colonias individualistas que logran fundar también en los Estados autoritarios. Más características aún son las colonias en los Estados no «civilizados» todavía; individualistas «á outrance», se refugian en la Patagonia, en Tahití, en el Brasil, en Africa, viviendo en libertad gracias a una enorme labor en ciertos países, o viviendo una vida más fácil en las regiones ecuatoriales.

La Internacional Individualista que reclama E. Armand debe llevar a ciertas realizaciones en los países europeos, donde el individuo tiene que sufrir a cada paso la autoridad social, política, religiosa y económica. Entre ciertas consecuencias útiles de la Internacional individualista podrían citarse, por ejemplo, en el dominio del arte y de la literatura: la emancipación de las concepciones clásicas; la creación libre, fuera de todo «fin social o de interés de clase». El arte y la literatura deben ser expresiones del espíritu libre y deben ser antidogmáticos. [18]

Son interesantes las consecuencias de «orden sexológico». La Internacional individualista deberá luchar por «la emancipación sentimental y sexual de la unidad individuo». Procurará descartar la tiranía de la familia, proclamando el derecho a la vida en común, fuera de las leyes de familia o de clase. La maternidad deberá considerarse como una «función puramente individual», como una «cuestión exclusiva de la madre». Todo esto lleva a una reforma radical en lo que concierne al sexualismo: el amor libre, la camaradería amorosa, la campaña contra los celos y otras acciones que asustarán seguramente a los que están acostumbrados a creer en el amor único y autoritario, basado en la idea de propiedad de la mujer. El niño deberá pertenecerse a sí mismo y elegir «el medio familiar» que le convenga, los profesores que le plazcan y los camaradas que le agraden.

Tan sólo he indicado algunos de los desideratums de esta Internacional individualista anarquista. Estos existen en muchas conciencias tímidas y en muchos corazones habituados a sufrir en silencio, La realización de una Internacional semejante sólo es posible si los que la componen poseen una mentalidad y costumbres propias, muy suyas, «desligadas del temor de experimentar y libres del miedo de vivir». Esa es la verdad: el miedo de vivir conforme a las convicciones íntimas, el temor a obedecer a las órdenes de la naturaleza individual, de los instintos naturales que la civilización moderna sólo ha logrado meter en los grillos de las leyes sociales y que no ha podido aniquilar. El deseo de [19] libertad es innato, incluso en una sociedad de esclavos. Los individualistas proclaman esta libertad y frecuentemente en formas excesivas. El hecho de que hayan llegado a reclamar una Internacional para ellos, es un indicio de que comienzan a reconocer las grandes leyes de la solidaridad, pero bajo otras formas que las de la tiranía.

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Fuera de estas diversas concepciones individualistas, fundadas sobre la razón y en indagaciones sociales y políticas, nos falta citar aún numerosos métodos y actitudes cuya fuente se halla en esa inteligencia que tiende a armonizar a los contrarios y que no ignora la realidad moral y psicológica del hombre.

Entre los espíritus contemporáneos es Han Ryner uno de los más elevados y más ricos, pero no se le reconoce como tal sino lentamente, pues las «opiniones oficiales» –sobre todo cuando se trata de moral y de filosofía– resisten con encarnizamiento en las ciudades académicas. Algunos llaman a Ryner un «Sócrates moderno» y otros le comparan al cínico Diógenes. Empero, Ryner continúa enseñando como verdadero maestro y compartiendo con quien quiere escucharle su sabiduría sonriente y repleta de imágenes y revelando las verdades, que son el secreto de la felicidad.

Juzgando secundario e incluso erróneo el problema económico tal como se halla planteado por algunos, Ryner insiste más bien sobre el de la fraternidad que quiere resolver por medio de un [20] método paradójico en apariencia, por la desunión de sus semejantes, por la separación, esto es, por el individualismo. «Entiendo por individualismo –dice Ryner– la doctrina moral que, no apoyándose en ningún dogma, en ninguna tradición y en ninguna voluntad exterior, sólo hace llamamiento a la conciencia individual» {(1) Pequeño manual individualista, pág. 3}. El principio de este individualismo es, por tanto, el socrático Conócete a tí mismo, «precepto primordial de todo método moral y de todo método oficial eficaz» {(2) Los artesanos del porvenir, págs. 29-30}. El hombre debe conocerse ante todo a fin de realizarse a sí mismo. Así es como el individuo realizará en sí mismo la fraternidad, liberándose de todas las opresiones legales, materiales, morales e intelectuales.

¡Autocrítica y libre orientación! He ahí lo que conduce a la verdadera colaboración entre individuos. Esto es lo que Ryner llama «libertad del espíritu y libertad del amor».

Este método es lento, pero seguro; él evita las catástrofes que resultan de la opresión –ya sea dogmática o revolucionaria– aplicada a los problemas sociales. Ryner rechaza la moral de los esclavos: el servilismo, pero también la de los amos, el nietzscheísmo y el napoleonismo que él llama dominismo {(3) El Subjetivismo, págs. 48-49}, es decir, la servidumbre del amo que agobian los temores, las vanidades y las sospechas.

El enseña el amor y la sabiduría o, para servirnos [21] de su terminología, el fraternismo y el subjetivismo que corresponden al cristianismo y al estoicismo, a Jesús y a Epicteto. La lógica flexible de la inteligencia moderna establece, en efecto, una armonía entre el espíritu cristiano y el espíritu heleno. La «fraternidad universal» de Jesús es «la vasta caridad del género humano» que anuncian los primeros estoicos. El primero dijo: «Ama», y los otros: «Sé tú mismo.» Pero, ¿cómo llegar a «amar a su prójimo como a sí mismo», sin tratar primero de realizarse a sí mismo; es decir, de conocerse? «Tú no tienes otra patria que tú mismo... » «Considérate bajo el aspecto de la eternidad. Fuera de toda época y fuera de todo lugar» {(1) El Subjetivismo, págs. 60-61}.

Vemos que la filosofía de Ryner, denominada por algunos individualismo estoico, lejos de ser abstracta, es vital; es una filosofía de la acción y toma sus fuentes en las profundidades secretas, pero eternas del espíritu: del corazón y de la razón. En nuestros días, es raro el sabio cuya individualidad es una síntesis de todas las aspiraciones y de todas las conquistas humanas, que atraviesa la vida con la sonrisa de un dios de gesto creador y que sigue siendo tolerante, «desprendiéndose» de sus semejantes para realizarse a sí mismo. Mas por su actitud y por su obra, Ryner anuncia esta sabiduría y, por ende, se emparenta con los Sócrates, con los Jesús y Epicteto de otras edades. [22]

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Sin embargo, ninguno de los teóricos del individualismo ha dado una concepción general fundada sobre las ciencias positivas. Hace sesenta años, el sociólogo y filósofo ruso N. C. Mihaïlovski, exponía los fundamentos del individualismo social por medio de una documentación y de un método notabilísimos. Aunque ignorada aún por muchos intelectuales de Occidente, la concepción de Mihaïlovski se halla destinada a ser una de las construcciones más verídicas y más bellas del espíritu humano. Sólo podemos exponer aquí lo esencial.

Mihaïlovski parte del «Conócete a ti mismo» de Sócrates y del cristianismo depurado de Tolstoi, dos principios que juzga insuficientes, pues no ofrecen al hombre un camino bastante claro y seguro. Los llama «quietismo chino», porque se circunscriben a una ignorancia de las leyes universales de la vida y de la lucha humana. Lo que hace falta hallar es una resultante de todas las ciencias y una explicación del proceso universal sobre la cual podría edificarse entonces el humanitarismo, y que coincidiría, en una forma activa, con el deseo de perfeccionamiento personal del hombre.

Todas las concepciones, desde el spencerismo y el lamarkismo hasta el marxismo, reconocen de modo inevitable la existencia de la lucha, cada uno con aspectos distintos y con justificaciones unilaterales. Habiéndose preguntado a su vez (como Tolstoi y como tantos otros) en nombre de «qué» debemos perfeccionarnos, proclama Mihaïlovski el postulado de la lucha por la individualidad, esto es, [23] el perfeccionamiento interior contra las influencias exteriores.

He ahí el objetivo de cada hombre y asimismo el fin objetivo, comprobado científicamente, de cada célula, de cada grupo de células, &c... Nos demuestra la biología que cada organismo se compone de individualidades de un orden inferior que tienen cierto grado de independencia. El organismo del individuo puede entrar a su vez en la composición de una individualidad superior o de un sistema completo de individualidades sociales; éstas forman el sujeto de la sociología. Existe una ley del desarrollo cada vez más compleja y más amplia, según la cual cada individualidad entra necesariamente «en conflicto» con las individualidades que la componen así como con aquellas de que forma parte, en tanto que es una unidad social.

La lucha se desarrolla, por tanto, en dos frentes, y la historia de la vida, con todos sus horrores y con todas su bellezas, no es más que una serie de victorias y de derrotas sobre ese doble campo de combate. Ya vence un grado de individualidad o ya otro. Sin embargo, la lucha no cesa apenas y el progreso resulta precisamente de esta serie de victorias y de derrotas. Según la clasificación de Haeckel, el hombre constituye el quinto grado de individualidad; por encima de él existe una individualidad de sexto orden: la sociedad que es también un sistema de individualidades contenidas una en otra y que se combaten entre sí.

¿Cuál es el objeto de este combate? Aquí es donde interviene el factor moral y subjetivo, pues el [24] factor objetivo sólo existe en la Naturaleza. El objeto general de este combate es desconocido.

«Para nosotros, los hombres, ese objeto no existe siquiera y, desde nuestro punto de vista humano, nos parece más bien que hay en torno nuestro un caos, contra el cual nos hallamos tanto mejor preservados cuanto que somos más despóticamente dueños de las funciones de nuestros órganos y que resistimos con más energía a las tentativas de la sociedad de reducirnos a la obediencia en su propio beneficio. El universo carece de sentido y no reina en él orden alguno; tan sólo en cierto grado de su desarrollo es cuando el hombre, luchando por su individualidad, enciende la antorcha en las tinieblas, planta de nuevo el Edén e introduce el orden en torno suyo» {(1) Alexis Nour: Conceptia lui N. C. Mihaïlovski, en Umanitatea, núms. 1-6, Jassy, Rumania}.

Por su situación en la Naturaleza, el hombre, en una doble dirección, vese impuesto un doble combate. Este combate por la individualidad está regido por el mismo método del «Divide et impera». El hombre debe conservar implacablemente su propia integridad, imponiendo a las individualidades inferiores que lo componen, ya sea a los órganos cerebrales, sexuales, &c., una división del trabajo que es en interés de su personalidad. A su vez, la personalidad total del hombre debe resistir a las tentativas de las individualidades superiores: familia, grupo, corporación, Estado, &c., que quisieran obrar contra él conforme a esta misma divisa romana [25]: «Divide et impera». Esta es la idea central del socialrevolucionarismo ruso, opuesto a la organización bolchevique.

He ahí en esencia la concepción antropológica del mundo. Pero esta lucha no implica la negación de las agrupaciones sociales humanas. Yo y tú nos hallamos en profunda unión. Por medio de lo que Mihaïlovski llama «la experiencia de la compasión» y que acrece la simpatía y estabiliza la moral, es por lo que puede llegarse a la «libre cooperación de las individualidades humanas».

La lucha por la individualidad tiene por objeto la independencia y, al mismo tiempo, la mayor diferenciación posible entre los individuos. Sólo así se entiende que la lucha del hombre coincida con lo que se llama moral y humanitarismo: es menester que el hombre dé un sentido a esta lucha objetiva y fatal, suscitando en sí mismo el deseo o más bien la voluntad de combatir y de vencer.

De este modo, los principios de Cristo, de Sócrates y de Tolstoi hallan en la concepción de Mihaïlovski una base positiva. Entre los fenómenos numerosos y corrientes de la vida, existe una manifestación de la cual debemos y podemos ocuparnos con simpatía e inteligencia: es la personalidad humana. El hombre tiene, de manera evidente, facultades antropomórficas. Puede conocer mejor a su semejante y solidarizarse con él. Consciente de la ley objetiva que impone la lucha por la individualidad, podrá comprender mejor las manifestaciones de la vida social; comprenderá que la lucha de clases no es más que una de las formas de esa lucha universal [26] por la individualidad; que en la Naturaleza, «la selección de la especie» se halla basada en esta misma ley, y, en fin, que él, individuo, debe aceptar, voluntariamente y con espíritu lúcido, esa lucha. Que la ley objetiva y fatal se convierte también en una ley subjetiva e interior para que se incrementen sus energías y garanticen la victoria. Así, armonizando lo objetivo con lo subjetivo, la concepción de Mihaïlovski concilia al mismo tiempo la verdad (científica) con la justicia (social).

* * *

Esta concepción de Mihaïlovski, ¿contradice la doctrina biológica humanitarista? Sustituyendo simplemente la expresión de «individualismo social», por la de «organismo social», nos parece que podemos establecer un acuerdo entre ambas concepciones. Aunque adversario de la teoría organicista, no niega Mihaïlovski la realidad de las agrupaciones sociales superiores que considera tan sólo como individualidades, situándolas en el principio general de la lucha por la individualidad.

La concepción de Mihaïlovski es, por tanto, un refuerzo aportado al humanitarismo. Del propio modo que Nicolai, el sociólogo ruso ha ensanchado la base científica del humanitarismo. La concepción de Mihaïlovski abraza también el biologismo de Nicolai; es más vasta y da una imagen sintética y una explicación general del proceso universal de la vida natural y humana. Aunque tomando la palabra «lucha» en un sentido hostil, no niega la libre [27] cooperación de las individualidades humanas con miras a la independencia y al progreso. Siendo el pacifismo y el internacionalismo tendencias del «organismo de la humanidad», no pueden excluirse del proceso general que es la lucha por la individualidad. Todo el problema estriba en saber por medio de qué armas se libra este combate: ¿con las armas inanimadas de la guerra o con «armas vivas»? En la fase cultural a que ha llegado, el hombre sólo puede elegir las armas del espíritu.

Así, todas las teorías individualistas que hemos expuesto hasta la fecha van en busca de relaciones entre el individuo y la sociedad, relaciones de una naturaleza que no entorpezca el libre desenvolvimiento del primero. Si reconocen la opresión de la Naturaleza, los individualistas deberán reconocer asimismo –como resultado también de la «voluntad de armonía»– ciertas leyes de coordinación, no de la sociedad, sino de la especie humana. El progreso del individualismo se halla en estrecha relación con el progreso biológico (cerebral), técnico, económico y cultural de la humanidad. Los individualistas no se contradicen, por tanto, al admitir el humanitarismo {(1) Consultar a este respecto las obras de Eugen Relgis: Un libro de paz; La Biología de la Guerra, por el profesor G. L. Nicolai (núm. 77 de La Brochure Mensuelle, París); Los Principios Humanitaristas y La Internacional Pacifista, con una carta y un mensaje de Romain Rolland (Ediciones Estudios, Valencia)}. [28]

En el cuadro vasto y móvil del humanitarismo, esto es, en el cuadro de la evolución natural de la especie humana, el individualismo tiene un amplio lugar. Además, tan sólo en el seno del humanitarismo es donde todo individualismo creador podrá manifestarse progresivamente con toda libertad.


Humanitarismo y Estética

Si el individualismo constituye para algunos un método capaz de resolver numerosos problemas que parecen antagónicos, para muchos intelectuales no es más que una simple actividad y para otros un sistema de autoperfeccionamiento; el individualismo puede considerarse también como una ley y como una resultante del proceso universal de la vida. Pero la lucha por la individualidad halla sus expresiones más ricas y más variadas en el dominio estético de la vida humana, pues existe, en primer lugar, una estética natural.

Nuestro planeta, con su cielo estrellado o gris; con sus innumerables paisajes marinos o montañeros; con su arquitectura mineral y sus cristales; con su vegetación lujuriante y multiforme; con sus selvas inextricables y con las maravillas de su flora; con sus mundos de seres, desde los protozoarios minúsculos y los mariscos de tan diversos matices hasta los minuciosos insectos y hasta los volátiles fulgurantes, y desde el grácil antílope y el perro fiel hasta [29] los carniceros monstruosos y hasta los gigantes macizos como ciudadelas, nuestro planeta, con todas sus manifestaciones de vida, obedece a leyes fatales que dan a «la lucha por la existencia» el aspecto de una horrible «carnicería», donde hay vencedores y vencidos. Sin embargo, para el hombre consciente y dominador, esta vida del planeta presenta armonías sin fin y bellezas con frecuencia perfectas que llegan a ser el manantial inagotable de sus propias inspiraciones estéticas.

La estética humana tiene evidentemente sus fundamentos en la estética natural: copia, reproducción, composición o variación y deformación de los elementos dados. Somos prisioneros de nuestros órganos y, encerrados en nuestro cuerpo, no podemos evadirnos de este imperio terrestre lleno de fatalidades... Con todo, el esfuerzo estético ha proporcionado al hombre una libertad consoladora, ofreciéndole los espejismos de los horizontes desconocidos y esos ideales que, de una a otra cima, le hacen aspirar a la perfección.

En el decurso de la civilización, la estética ha seguido ya el impulso de la religión o ya el imperativo de la moral; hoy procede de la ciencia. Si la Verdad hace penetrar con mucha lentitud su resplandor a través de las tinieblas de la Naturaleza y de la vida, y vence con gran esfuerzo a la ignorancia humana; si el Bien no vive siempre más que en un reducido número de conciencias meditativas y en el alma de los «pobres de espíritu», tanto menos lo Bello (a pesar de sus innumerables y formidables manifestaciones, a pesar de su eterna existencia en [30] la Naturaleza y de su presencia permanente entre nosotros en las ciudades y en los Museos) halla lugar en la conciencia y en el corazón de la mayoría. Hállase condicionado, en efecto, por el progreso científico y moral y, asimismo, por el progreso económico.

Del propio modo que las demás manifestaciones culturales, la estética se ha desarrollado según leyes que parecen independientes de las leyes sociales. Ella ha progresado a pesar de los desastres guerreros, cuyos horrores y vanidades han contribuido al recogimiento del hombre en sí mismo y a su aislamiento en una preocupación creadora que lo eleva por encima de la miseria social.

Hoy en día, el problema del «arte por el arte» está considerado por la mayoría de los teóricos de la estética como pretexto de vana dialéctica. Toda especie de arte, como por otro lado, toda manifestación cultural, tiene una tendencia y sufre el influjo del medio natural y social, en la misma medida que el del «temperamento» y el de «la personalidad» del artista que, en último análisis, no son tampoco más que la resultante de diversas influencias biológicas, psicológicas, morales y sociales.

El artista posee una intuición de la vida que le hace penetrar mejor en el corazón de las cosas y que le hace penetrar en el del hombre. Más que el moralista o que el sabio, él tiene el poder de despertar en su semejante «las cuerdas durmientes» de la paz y de la solidaridad por la pura emoción de lo bello.

La Iglesia y los jefes guerreros de los pueblos se [31] han servido de la magnífica sugestión del arte para consolidar su dominación. Es este un hecho evidentísimo. La riqueza de las catedrales y el fausto de los palacios se convirtieron en armas auxiliares en manos de los potentados religiosos y temporales. Fue la fascinación ejercida por el aliño del arte lo que ha conservado el fetichismo de las multitudes por las instituciones sociales. Lo que imponía el respeto hacia el pontífice y el emperador, era el arte que les revestía y que les encuadraba, al menos tanto como su séquito llevase la espada unida a la cruz. Si Rafael y Velázquez han servido al arte, han contribuido mucho también al prestigio de la Iglesia y del Estado.

El arte no era, sin embargo, una práctica cotidiana para la multitud. El arte pertenecía solamente a un número de privilegiados y sólo se mostraba a la muchedumbre en los «días grandes». Tan sólo con el progreso de la cultura comenzó el arte a popularizarse y pronto degeneró en manifestaciones que, lejos de elevar el alma y de iluminar la conciencia, no hacían sino irritar los sentidos. El arte ha sido prostituído y mercantilizado en estos tiempos de «valorificación» universal. La influencia, buena en un principio, de la burguesía liberal del siglo XVIII y principios del XIX, se ha hecho nefasta bajo el reinado de la burguesía parasitaria y vulgar del capitalismo militarista.

Más aún que en la sociología, en la ciencia y en la moral, es en el dominio de la estética donde se manifiesta una reacción más pronunciada del espíritu moderno. Ella se halla en estrecha relación [32] con la evolución social. A pesar de que en la estética, aún más que en los otros dominios, las manifestaciones individualistas adquieren con frecuencia el aspecto de anarquías tumultuosas; a pesar de que el arte se haya trocado en un refugio aristocrático de los que se creen la selección creadora, así como de la aristocracia política que se quedó sin sus torreones en la marea creciente de la democracia, existe, sin embargo, un número bastante crecido de teóricos que reconocen que el arte no es independiente del medio social. Estos se esfuerzan en hallar relaciones armónicas entre los artistas y la muchedumbre y en poner el arte al servicio de la civilización general, desarrollando el sentimiento estético de las masas.

Nombremos entre estos últimos a Gerardo de Lacaze-Duthiers, cuya prodigiosa actividad es poco conocida {(1) Joseph Riviére es el único que ha dado hasta hoy una biobibliografía completa sobre Lacaze-Duthiers}. Desde hace treinta y cinco años, él construye su obra crítica y estética sobre principios personales y es uno de los precursores de la «vida estética» de la humanidad.

Citaremos entre sus obras El ideal humano del arte, que es un ensayo de estética libertaria, y El descubrimiento de la vida, considerado como el libro más hermoso que se haya escrita desde Ruskin sobre la filosofía del arte. La idea central de esta obra es la siguiente: «El arte es el descubrimiento de la vida.» El ideal estético, generador de [33] la obra de arte, no es ni la copia ni la deformación de la vida, sino la transposición de ésta por síntesis: el hombre «descubre» la vida, creándola de nuevo por medio de la obra de arte. La estética es «la ciencia de la vida», y la crítica, «el sentimiento del arte», el arte juzgando al arte. La crítica debe ser creadora y «descubrir la estética de la vida». El fondo del arte es el amor. «El arte y el amor se confunden y la crítica es vida comprendida y sentida.» Lo bello es una síntesis viviente entre la lógica del pensamiento y la emoción del corazón. El arte es la verdadera oración del hombre moderno y éste no puede ser utilitario, sino útil.

En su Culto del Ideal o la Artistocracia, expone Lacaze-Duthiers las relaciones del arte con la sociedad. La democracia no es para él ni mejor ni más bella que la aristocracia. El autor considera a la sociedad dividida en dos campos destinados a combatirse sin piedad: 1, la aristocracia, compuesta de individuos libres, sinceros, libres de tradiciones y cuyo único ideal consiste en embellecerse por contacto directo con la vida, reaccionando contra el medio mediante la «acción de arte». Esta es la aristocracia del pensamiento, «el partido de la belleza», opuesto a 2, la mediocracia, que comprende a todos los arribistas, a los seudoartistas, a los falsos pensadores, a los políticos, a los moralistas, a todos los «brutos» parasitarios o utilitarios fijados en un medio. La mediocridad es «el partido de la fealdad», contra el cual ha escrito también Lacaze-Duthiers su Libertad del Pensamiento –950 páginas–, donde se hallan estudiadas las escuelas filosóficas, [34] sociológicas, literarias y artísticas. No comprueba en todas partes más que el triunfo de la estupidez, a la cual vuelven hoy todos los honores; a la barbarie organizada, opone el ideal estético dé la vida y profetiza –1913– que «el patriotismo de los negocios nos amenaza con una guerra universal».

Para Lacaze-Duthiers, el arte puro es una idea inconcebible, puesto que siendo el arte una función de la vida, hunde sus raíces en la humanidad. Pero el arte ya no es social; es asocial, amoral, apolítico; no tolera compromisos con una clase cualquiera de la sociedad. El arte es individualista y se funda sobre el egoísmo creador. «El santo egoísmo artístico», he ahí una de las fuerzas de la vida consciente. Y partiendo de ahí, el autor aspira al refugio en «la torre de marfil», pero en una torre de marfil viva, abierta a todas las corrientes y a todos los ecos de la Naturaleza y de los hombres. Habiendo soñado en otro tiempo con un socialismo estético, Lacaze-Duthiers ha vuelto –después de crueles experiencias– al artista que conserva su autonomía creadora, pues es creando para sí mismo como crea también para los demás.

El artistócrata es un superartista que armoniza sus actos con su pensamiento. La emoción con cuya ayuda vuelve a crear el artista la vida de la Naturaleza, es una «acción de arte» que purifica la vida y hace una obra de arte de la existencia del hombre. De la propia manera que el superhombre de Nietzsche se halla caracterizado por «la voluntad de la potencia» y el individualista de H. L. Follin por «la voluntad de la armonía», el superartista de [35] Lacaze-Duthiers es una voluntad de potencia estética que tiende a la creación de lo bello, sin compromiso moral, político o religioso de ninguna especie. Así, en «la vida presente» se persigue el ideal de una manera continua.

Para resumir, Lacaze-Duthiers hace de la estética una ciencia universal, «la verdadera ciencia concreta y viviente» que puede reemplazar a todas las demás, puesto que es ella la que condiciona la vida y la dirige, siendo también la única regla de vida.

Las diversas opiniones sobre este sistema han sido recogidas por Joseph Riviére. Entre otras, hallamos las de Remy de Gourmont, de André Suárez y de Romain Rolland. Estos pensadores aportan su homenaje al trabajo de Lacaze-Duthiers y simpatizan con las convicciones de este precursor de la artistocracia.

La influencia de la concepción estética de Lacaze-Duthiers se manifiesta (aun cuando no esté aún francamente confesada) en las indagaciones de los críticos más jóvenes que tratan también de clarificar y de sintetizar en una concepción dirigente las manifestaciones tan distintas y tan contradictorias del arte moderno. Por ejemplo, Juan Goudal, en su volumen Voluntades del arte moderno (ed. Rieder, París 1927). El autor acentúa el carácter voluntario y consciente de las artes contemporáneas {(1) Juan Miccoa, en sus Perspectivas de Arte (Biblioteca de la Artistocracia, 1930), se expresa en el mismo sentido: «El hombre es un animal estético; el arte es para el hombre una función vital, como la nutrición y la reproducción, la ciencia y la moral. Y el arte comienza donde empieza la humanidad.»}. [36] El abraza a la pintura y a la escultura, al cinema, a la novela, al mobiliario, &c., en el mismo sistema estético, porque todos entran en el cuadro de las mismas explicaciones. No queriendo hacer «teorías gratuitas», Goudal emplea numerosas citas de las obras de los contemporáneos. ¡Sólo deja de citar a Lacaze-Duthiers! Goudal está más cerca de él cuando dice que, en el fondo, asistimos hoy a un doble movimiento: «El Arte tiende a acercarse a la Vida», a confundirse con el conjunto de la realidad «del dato». Por otra parte, la Vida intenta elevarse hasta el plano del Arte. Existe un deslizamiento simultáneo del Arte hacia la Vida y de la Vida hacia el Arte. En ciertos puntos, el Arte y la Vida se han alcanzado; en el porvenir, su fusión llevará a profundas alteraciones en la vida social.

Partiendo de esta concepción, emparentada con la de «la voluntad de potencia estética», Goudal ha expuesto los orígenes del «totalismo estético», cuya característica es hoy «la crisis de la idea de la elección». En nombre de este «totalismo estético», el autor quiere dar derecho de ciudadanía artística también al cinema, poniéndolo al lado del teatro, de la novela y de la poesía. Ni aun la técnica puede mantenerse apartada del arte. Esta se halla en la línea general de la pintura, de la escultura y de la arquitectura. La técnica ha llegado a condicionar manifestaciones artísticas que afectan no sólo a la [37] muchedumbre, sino también a las fuerzas creadoras de las individualidades. Ese «totalismo» lleva a Juan Goudal a la indicación de una escala de los valores permanentes del arte.

A decir verdad, el ideal integral de la «vida estética» se halla aún bastante lejos. ¿Tendemos a él solamente? Esto es lo que no puede negarse. Pero tendemos también a los ideales científicos, morales y sociales. Estos últimos son en gran medida la condición de la vida estética que, después del individualismo, ocupa un grado bastante elevado en la escala en espiral del progreso humano. En nuestra época de socialización o, más exactamente, de colectivismo, y a pesar de la lucha encarnizada que el «viejo orden establecido» sostiene contra las olas crecientes de la Revolución, el ideal estético no ha sido olvidado, pues entra en las preocupaciones de los teóricos y de los estetas socialistas.

La estética y el materialismo histórico es el título de un ensayo de Rudolf Frank {(1) Aesthetik und historischer Materialismus, en el Forum, dic. 1919}, que intenta, en el estudio del problema estético, reemplazar el método ideológico por el del materialismo. Examinando el teatro antiguo heleno y el de nuestro tiempo, demuestra la imposibilidad de emitir un juicio estético puro en el sentido kantiano. Con frecuencia se confunde el juicio estético con la apreciación subjetiva. Aplicando el método del materialismo histórico en el dominio estético, puede [38] situarse la obra de arte (como lo ha hecho Taine) en una época determinada y, asimismo, en medio de circunstancias económicas determinadas.

Para comprender la obra de arte, hay que trasladarla a aquellos momentos. Fuera cual fuere su valor estético propio, el teatro de Sófocles, de Esquilo, de Eurípides y asimismo el de Aristófanes, así como también el de Schiller y el de Ibsen, expresan los conflictos dimanados de la situación social, política y económica de su tiempo.

En todo juicio estético, lo que priva es el interés que se ha tomado subjetivamente por la obra de arte. Ese juicio varía también para una misma obra de arte. No es, por tanto, el valor estético lo que decide el éxito de una obra de arte, sino tan sólo su interés. Sólo podrá abrirse camino si responde a los intereses de cierta clase social que la juzga. Es un «contrasentido» el querer demostrar el valor puramente estético de una obra. La definición del arte es subjetiva; no existe valor objetivo ni unidad de medida determinada que establezca «el estetismo» de una obra.

A las consideraciones materialistas de Rudolf Frank, que pone el interés social por encima del estético, añadimos las observaciones de un crítico, N. L. Baugniet, que reconoce también el factor colectivo social en el arte. El primero sostiene su tesis con ayuda de ejemplos tomados en las obras teatrales. Baugniet nos da, en Hacia una síntesis estética y social {(1) Europe, París, núm. 35, nov. 1925} algunas ideas interesantes relativas al [39] problema de la arquitectura moderna y a la relación, cada vez más acentuada en nuestros días, entre la estética y la colectividad social. La arquitectura de la trasguerra de 1914-1918 tiene una expresión social: la de la democracia colectiva. Ella debe representar el espíritu de la época. Al mismo tiempo que la aparición de la vida industrial y de la lucha de la emancipación de la clase laboriosa, han surgido también los esfuerzos de renovamiento de la arquitectura que había decaído durante el siglo XIX. Las primeras tentativas modernistas se han manifestado en Bélgica y en Holanda, pero no correspondían aún a una profunda necesidad social. La hegemonía de la clase burguesa influenció mal el arte del siglo XIX, que ha dado genios, pero no un estilo colectivo. Entre los primeros, Van de Velde ha presentido la tendencia de un arte que sea la expresión de las tendencias democráticas modernas, como el estilo gótico fue también la expresión de las tendencias colectivas religiosas de la Edad Media. De igual modo, durante el Renacimiento, el arte fue la expresión de toda una sociedad y decayó cuando llegó a ser la expresión de una clase dominante: por ejemplo, el estilo Imperio, que ha sustituido la concepción por el ornamento. El carácter de toda época decadente es el retorno nostálgico hacia el pasado. La imitación de los antiguos estilos arquitectónicos, ha dado resultados desastrosos. El arte moderno se ha enriquecido con un nuevo elemento de renovación: la máquina, que Ruskin condena con tanta violencia. La máquina es en realidad la primera obra de arte [40] del siglo XX: es una obra de la democracia, una obra anónima (como lo ha sido también el arte gótico) surgida de la multitud, sintetizando sus fuerzas y sus aspiraciones. El arte moderno debe ser semejante a la máquina que es utilitaria y armoniosa por su reducción a los elementos esenciales. El arte gótico surgió del fervor colectivo de la multitud; de igual manera, las industrias y las grandes aglomeraciones de los proletarios nos parecen obras del trabajo colectivo. La arquitectura moderna ya no puede ser sentimental, sino lógica y útil, armonizando la necesidad con la simple concepción. Desechando el ornamento afectado, la arquitectura se hace vívida por el juego de los volúmenes, de las masas y de los vacíos o huecos combinados. Debemos concebir el edificio lo mismo que las ciudades, como organismos. Nuestra época tiende a reemplazar los genios personales por los estilos colectivos. Siendo la obra de arte el vínculo más fuerte entre los hombres, debe hallar en ella la colectividad su justa y sincera expresión. El desacuerdo entre el arte y la colectividad significa la ruina del arte. El artista moderno debe reaccionar sobre el terreno social, debe unirse a la multitud, sentir sus profundas necesidades y elevarla así hasta él. La disciplina técnica y moral es obligatoria para todo el que quiera representar el espíritu de la época por medio de creaciones estéticas.

* * *

Estas reflexiones de N. L. Baugniet pueden aplicarse también a la pintura, a la escultura, a la [41] literatura y, asimismo, a la música moderna. Mas «el colectivismo estético» ha provocado, como era natural, numerosas reacciones. Y bastantes confusiones... Algunos han confundido el colectivismo estético con «el arte anónimo». ¿Es que nos dirigimos, en efecto, hacia el arte colectivo? ¿Es que éste significa una renunciación a la personalidad creadora? Los que protestan con más fuerza son «los estetas puros» o, más exactamente, los seudoestetas, que confunden la carrera tras la originalidad con la estética.

Exponiendo la cuestión de la estética y de la originalidad –esta vez en el dominio de la literatura– Federica Montseny llega {(1) L'en dehors, núm. 97, dic. 1926} a condenar, incluso desde el punto de vista individualista –anarquista–, las formas extremistas, dadaístas, cubistas y suprerrealistas que no son siquiera originales o estéticas. La estética literaria exige la expresión exacta y sutil, el juicio rápido, la elegancia del estilo y el poder de sugestión. Estas cualidades, que constituyen el encanto de las obras de un Flaubert, no pueden encontrarse fácilmente en la confusión de la literatura modernista. Una originalidad falsa y desequilibrada ha sumergido todas las manifestaciones literarias y artísticas. «¡Que no se parezca a nada de lo que existe! ¡Una nueva literatura y un nuevo arte!» es el grito de combate de los jóvenes, incapaces de brillar con luz propia. Es más fácil dejarse llevar por la corriente de la moda y de la excentricidad, que arriesgar la vida en defensa de los intereses generales humanos. [42]

Queriendo destruirlo todo para «levantar el edificio moral de un arte moderno», la juventud revolucionaria no tiene, en cambio, la fuerza creadora para reemplazar las ruinas. Con los versos dadaístas, con los cuadros inverosímiles de los cubistas, con la crítica desdeñosa de todo lo que no es extravagante e inteligible, no puede crearse «arte nuevo».

La originalidad, en cualquier dominio, no puede crearse; brota de las realidades como la evolución de las formas naturales. No es suficiente el decir: «Quiero ser original»; es preciso tener también una especie de substrato orgánico de la originalidad. Las manifestaciones «ultramodernas» en el arte y en la literatura de los jóvenes de espíritu exaltado o perturbado, desprovistos de lógica y de sentido común, son verdaderas puerilidades e incluso indicios de degradación física y moral de la especie humana... Estas apreciaciones de Federica Montseny (que no es una «moralista») concuerdan con las de los psicólogos y con las de la medicina social.

La belleza, que ha sido la única norma del arte griego, y la sensación estética por medio de la cual se purifican los sentimientos y se cultivan las ideas, han desaparecido en nuestros días. Han sido ahogadas por la incapacidad de la literatura y del arte modernos, que querían ser originales; no encontrando nada nuevo, porque todas «las novedades» fueron descubiertas antes, esta literatura se ha ocupado sin cesar de las pequeñeces de la vida, creyendo que podrán levantar sobre estas débiles bases el edificio del «arte nuevo».

Todos debemos tener, desde luego, la aspiración [43] de crear «algo nuevo», Ante todo, es necesario un nuevo medio y una nueva vida basada en la más completa libertad; la originalidad no se manifiesta con métodos forzados, sino con la libertad en todos los dominios de la vida. La originalidad es necesaria en la literatura, pero no es un objeto único. La literatura, como asimismo, las demás artes, no es una realidad fundamental de la vida, sino un hecho accidental. No es, por lo tanto, un fin, sino un medio de educación y de purificación. Si la literatura no conserva su carácter educativo y crítico, entonces es una simple pérdida de tiempo y una «ocupación» desprovista de espiritualidad y de todo valor moral.

La literatura, auxiliar de todos los ideales, creación de la inteligencia humana, rica fuente de ideas, medio de cultivar los sentimientos estéticos, esa literatura debe conservar su alta misión educadora. Esta literatura, a pesar de la baraúnda ensordecedora de los ultramodernistas, será también en el porvenir, como ya lo ha sido, la expresión de las grandes aspiraciones humanas; mediante ella se manifestarán las tendencias ocultas de la evolución de la vida y será siempre ella la que mantendrá la cultura estética de los sentimientos y de las ideas del hombre.

* * *

En el antípoda de «la originalidad» en comparación de la estética individual (o, más exactamente: del seudoesteta que, como lo ha demostrado F. Montseny, no puede afirmar su personalidad creadora) se halla «el arte anónimo». En otro tiempo, este último [44] tenía un sentido preciso. Hoy en día, cuando el imperativo individualista se afirma a pesar de la presión del rodillo colectivista, conviene analizar con más prudencia el sentido del «arte anónimo».

Los periódicos parisienses anunciaron que un grupo de jóvenes pintores y escultores, reaccionando probablemente contra los viejos célebres, que guardan demasiado bien las puertas de las exposiciones, habían resuelto organizar una exposición para ellos, sin ninguna preocupación personal, es decir, con obras no firmadas. Por otra parte, cincuenta escritores habían decidido escribir una obra teatral... Han pasado diez años desde entonces y no he oído decir si esas invenciones habían sido realizadas. Si descartamos la insinuación de que esas intenciones son también medios de reclamo personal, podríamos considerar esas manifestaciones como ensayos de retorno al antiguo fervor creador que consagraba todas sus fuerzas a una creencia colectiva. El individuo artista se fundía en la muchedumbre adoradora, como una piedra esculpida en la catedral gigantesca que centralizaba el ardor ético y estético de las épocas dominadas por el absolutismo eclesiástico y monárquico.

El tiempo de esas obras ha llegado a su término. La arquitectura reunía entonces todas las actividades sociales y espirituales. La pirámide, el templo y la catedral eran la obra de los pueblos y de los milenios. El hombre «vivía en la eternidad». La piedra exigía el esfuerzo silencioso y tenaz de las generaciones sucesivas. Pero desde que la imprenta hizo su aparición, la obra colectiva comenzó a mudar [45] su expresión que, de exterior, de simbólica y de elemental, se tornó cada vez más compleja y más interior. En lugar de la expresión lenta, continuamente ascendente, dióse la posibilidad a una expresión inmediata, personal e interiorizada. La imprenta arrebató el individuo a la muchedumbre. «Esto matará aquello», dijo el monje de Víctor Hugo, mostrando primeramente el primer libro salido de la prensa de Gutenberg, y, después, la silueta maciza y lujuriante de la catedral de Nuestra Señora de París.

El trabajo de hoy, colectivo, la vida estandarizada está basada en la técnica y ésta en la ciencia, sometida al imperativo de la Ganancia. La industria, a pesar de su minuciosa especialización, ha llegado a los colosos de hormigón y de hierro, plantados por encima de las minas de carbón o flotando sobre el océano que se agita en vano. La creencia de nuestros días es muy otra que la de tiempos pasados, aun cuando Cristo, Jehová y Buda sigan subsistiendo... Mas el dinero aureola a las viejas divinidades; el arte puro se halla aislado en santuarios ignorados, y las masas son sacrificadas a los dioses sangrientos: el Capitalismo y la Guerra.

El individualismo ético y estético es una reacción natural contra el materialismo nivelador y opresor. El «arte anónimo» moderno se halla desprovisto, como toda producción en serie, de la significación que tenía en otro tiempo. El arte colectivo implica no sólo el interés común, sino también el alma, la idea y la creencia colectiva. Estos existen hoy más en sus formas inferiores y negativas, pues están [46] arraigados en el estómago y en el sexo. No se han remontado todavía hacia el dominio ilimitado del Espíritu, hacia el azul de la creación desinteresada. La masa será «el abismo sin fondo» que engullirá ciegamente todos los impulsos individuales en tanto no llegue a la fuente inagotable de la solidaridad humana y cósmica y a la fuerza eterna de la inspiración creadora. Cuando la masa llegue a ser dueña de su destino material –lo que significa también consciencia individual– comenzará entonces la era espiritual de la humanidad después de su larga noche animal.

* * *

Las exposiciones de estos diversos aspectos de la estética en relación con el hecho social, requieren una simplificación y un camino que sea valedero para todos. He aquí lo que creemos nosotros:

El materialismo estético, por así decirlo, es tan extremista como «la artistocracia». Si el primero reduce la estética a la realidad económica o, por lo menos, al interés de una «clase social», la otra proyecta su concepción integral de la vida estética en un porvenir demasiado lejano y corre el riesgo de ser interpretada por los demócratas y por los socialistas como una «reacción» nueva de una élite que, no pudiendo ya reinar desde lo alto de sus torreones feudales o en los Gabinetes diplomáticos, se refugia en la torre de marfil del arte.

Ambas concepciones tienen, sin embargo, raíces profundas en la realidad humana. El materialismo histórico subordina el arte a los intereses de una [47] clase social mayoritaria y le asigna, como condición de viabilidad, el expresar los conflictos que resultan de los diversos estados económicos y políticos y el tender a hacer triunfar ideales sociales determinados.

Para los que proclaman la integridad del artista, la obra de arte sólo tiene tendencia hacia «lo bello», que ennoblece el alma. Independiente con respecto a las instituciones sociales, políticas, religiosas, &c., el arte debe contribuir a enriquecer la personalidad, a condición de que, a su vez, las creaciones artísticas contribuyan a la educación estética de la masa y faciliten el progreso general de la cultura. Comprendida de este modo, la artistocracia puede trabajar para la humanidad sin subordinarse a los «intereses de clase». En virtud de su sugestión creadora, el arte puede «obligar» a la humanidad a elevarse hacia sus eternas aspiraciones y a embellecer la lucha de la humanidad en el cuadro vasto de la Naturaleza y por encima del molde artificial de la sociedad.

Sin embargo, mejor que los teóricos estéticos, son los creadores de obras de arte que, con su vida, nos han dado indicaciones claras sobre el ideal estético, armonizándolo con las verdaderas aspiraciones de la humanidad. Un Goethe –a pesar de su actitud olímpica y aun habiendo dicho que «la música puede ejercer sobre la moralidad un influjo tan pequeño como las demás artes»– es un ejemplo de aquellos clásicos que fijaron en sus obras lo que solemos llamar «lo general humano». En este sentido es en el que dirigen sus esfuerzos todos los combatientes del espíritu; los que luchan en el seno de la sociedad y [48] los que quieren trastocarla y, asimismo, los caballeros del ideal puramente estético.

El pintor Eugenio Carriére {(1) G. Séailles: Eugenio Carriére, París} y el escultor Augusto Rodin {(2) Augusto Rodin: El arte, conversaciones con Paul Gsell} son ejemplos característicos de artistas que han sido a la vez hombres superiores y que no ignoraron las aspiraciones de la humanidad que sufre. Al lado de Rolland y de Nicolai, son precursores del humanitarismo, toda vez que han realizado obras a la par estéticas y humanas.

Adentrándose en el seno de la humanidad es como se han elevado por encima de ella, hacia las armonías universales y los misterios de la vida. La simpatía cósmica les ha traído a la fraternidad humana, confiada y serena: las mismas leyes reinan por doquier en el universo. El arte no puede ser un «deporte», sino una «intuición de la vida y de sus leyes».

La misión de los artistas consiste en «concentrar todas las atenciones sobre las ideas generales humanas que ellos expresan en sus obras». Deben realizar, como dijo Carriére, aquellas «acciones humanas que, mitigando, en determinados días, los intereses contrarios llaman a los hombres al sentimiento de un destino común...» {(3) Citado por G. Séailles.}

FISIOLOGIA DEL CUERPO POLÍTICO X Michel Onfray

NOTA DE EL HEDONISTA: EXTRAIDO DEL GRAN SITIO Y PUBLICACION "EL UNICO" DE ARGENTINA. MUY RECOMENDABLE http://www.elunico.org.ar/ ME QUEDO CON LA FRASE FINAL "Para mí, el hedonismo es a la moral lo que el anarquismo es a la política: una opción vital, exigida por un cuerpo con memoria."

Selección de la Introducción al libro "Política del rebelde Tratado de la resistencia y la insumisión" –PERFIL LIBROS/BÁSICOS.- 1999.

Conozco mi fibra anarquista desde la niñez, de manera confusa y turbia, sin que haya podido nombrar esa sensibilidad que surge de las vísceras y del alma. Desde el orfanato de los Salecianos adonde me enviaron mis padres a los diez años, desde la primera mano que me levantaron, desde los primeros vejámenes infligidos por los curas, y otras humillaciones sufridas en la época de mi infancia, más tarde, en la fábrica, a la que fui durante algunas semanas, después en la escuela o en el cuartel, encontré la rebelión, conocí la insumisión. La autoridad me resulta insoportable, la dependencia intolerable, la sumisión imposible. Las órdenes, incitaciones, consejos, demandas, exigencias, proposiciones, directivas, conminaciones, me crispan, se me atragantan, me retuercen el estómago. Frente a toda orden, me siento de nuevo en la piel del niño que fui, abrumado por tener que volver a tomar el camino del pensionado por las dos semanas que se habían convertido en la medida de mis encarcelamientos y liberaciones.

Casi treinta años después de mi ingreso a ese internado, siento la piel erizada, la voluntad tensa y la violencia subyacente, ante cualquier intención de acaparamiento de mi libertad. Sólo pueden soportarse y vivir cerca de mí los que aceptan mi carne lastimada, mi herida todavía fresca y mi incapacidad visceral para soportar cualquier autoridad. Sin que me lo pida, se obtiene de mí lo que sea; nada, en cambio, apenas asoma cualquier elemento que pueda parecerse a la expresión de un poder capaz de ponerme en peligro o mermar mi libertad.

Sólo tardíamente, alrededor de los diecisiete años, descubrí que existe un archipiélago de rebeldes y de irreductibles, un continente de resistentes e insumisos llamados anarquistas. Stirner me brindó sustento, Bakunin un destello que horadó mi adolescencia. Desde que llegué a esas tierras libertarias, no he dejado de preguntarme cómo, en la actualidad, se podría merecer el calificativo de anarquista. Lejos de las opciones del siglo pasado o de los restos de cristianismo que todavía resuenan en el pensamiento anarquista de los grandes antepasados, a menudo me he preguntado cómo sería, en este fin de milenio, una filosofía libertaria que tomara en consideración dos guerras mundiales, el holocausto de millones de judíos, los campos del marxismo-lenilismo, las metamorfosis del capitalismo entre el liberalismo desenfrenado de los años setenta y la globalización de los noventa y, sobre todo, el pos Mayo del ’68.

Antes de llegar a esas zonas contemporáneas, quisiera exponer la hipótesis de informaciones que carcomen, en primer lugar, las vísceras, el cuerpo, la carne. Quisiera volver a sapiencias que afectan la carne, los huesos, el sistema nervioso. Me gustaría volver a encontrar la época en que se inscriben en los pliegues del alma las experiencias generadoras de una sensibilidad que se fija para siempre, pase lo que pase después. Mi objetivo es una fisiología del cuerpo político. Para mí, el hedonismo es a la moral lo que el anarquismo es a la política: una opción vital, exigida por un cuerpo con memoria.

EL MANIFIESTO DE LOS "ALINEADOS" x Emile Armand

NOTA DEL HEDONISTA: ESTE ENSAYO DE EMILE ARMAND VA CONTRA EL PLATAFORMISMO. ESOS "ANARCOBOLCHEVIQUES" QUE RONDAN POR ALLI

Se sabe que cierto número de ex-anarquistas rusos se han alineado al bolchevismo. Estos señores han sentido la necesidad de hacer conocer al mundo que han pasado con armas y bagajes a las filas de la dictadura proletaria. He leído en los diarios anarquistas italianos que éste Manifiesto es la obra de hombres que, ahora a sueldo del partido vencedor, quieren esforzarse en demostrar que merecen lo que ganan. Quiero decir, antes que nada, que escribo aún ignorando el nombre de los que lo han firmado

Los "alineados" reprochan a las diferentes tendencias del anarquismo –stirnianos, tolstoianos, bakunino-kropotkianos– de no poder fusionarse en una doctrina científica única. Esta falta de unidad de pensar anarquista le impide traducirse en una acción revolucionaria coherente, de masas. Su renuncia al poder o a la dictadura provisoria prohibe a los anarquistas de jugar un rol sea el que fuera en el acto de posesión, por la clase proletaria, de los organismos que rigen la vida social. Los anarquistas están por otra parte en la imposibilidad absoluta de presentar una idea clara de lo que sería el día siguiente a la revolución. Es imposible pensar en establecer una sociedad que ignore la autoridad en tanto que existiera un país en el cual el proletariado no estuviera en el poder. El partido comunista ha realizado la idea anarquista del rol histórico de las minorías activas. Pese a sus compromisos con el capitalismo, las tendencias de la democracia burguesa y del reformismo socialista están absolutamente alejados del partido comunista.

Aparte de la cuestión de su origen, yo me froté los ojos resumiendo este Manifiesto para preguntarme si yo todavía estaba soñando, si los que habían redactado y firmado –il Messaggero della Riscossa escribe que está bajo en dictado de Zinovieff- jamás habían comprendido algo sobre la esencia del concepto anarquista. Antes de examinar si es exacto o no que ese concepto tenga una base científica, los ciudadanos alineados me permitirán que observe que ellos habrían podido esperar que se enfríen por lo menos los cadáveres o cierren las heridas de sus antiguos compañeros de ideas fusilados o torturados por la policía de seguridad comunista. ¿Acaso el heno de la granja bolchevique es tan apetitoso que aniquila toda reserva?

Este Manifiesto es un gesto de falta de nobleza a la hora en que aparece un nuevo Código criminal ruso que encierra artículos destinados al castigo del delito de propaganda anarquista, artículos que no se diferencian en nada a las desalmadas leyes de nuestras sociedades capitalistas. Por apremiados que estuviesen de participar en este movimiento, los alineados habrían podido elegir un momento distinto a aquél en que sus patrones innauguraban una nueva persecución contra sus amigos de ayer.

Su manifiesto de alineamiento oculta el rol político del bolchevismo, una política enmarcada en el rincón knuto-bismarckiano más evidente. El comienzo y el fin de la política bolchevique es la realización de un Estado knuto-bismarckiano que permita al gobierno de Moscú ejercer la hegemonía sobre el continente.

La política bolchevique está manchada, desde el origen de influencias bismarckianas. Ya expuse que dejando a Lenín, en 1917, atravesar Alemania para volver a Rusia, el bismarckófilo Ludendorff se había servido cómo de un corderito destinado a dar un golpe decisivo al zarismo tambaleante(1). En abril o mayo de 1918, el conde von Mirbach, enviado del gobierno alemán, escuchó a Lenín, en una entrevista particular, que un Estado que se respete en algo no podría mezclarse con gente de la categoría de los anarquistas(2). También la noche del 14 de mayo, las ametralladoras proletarias estaban preparadas para destruir todos los clubes anarquistas de Moscú. Son los procedimientos, los métodos bismarckianos de los que se sirve en toda ocasión el gobierno ruso. Sus ambiciones y sus designios políticos enceguesen los ojos de los menos prevenidos. Esta cuestión de un Estado knuto-bismarckiano valdría la pena de ser aclarado algo más en el Manifiesto de los "alineados".

Pero no lo han hecho, bien es cierto. Nos cuentan que "el partido comunista da una idea esclarecedora de la concepción anarquista del derecho de la minoría que actúa como factor subjetivo de los procesos históricos". Yo digo que son galimatías. Pero no admito que haciendo reverencia a Lenín igualándolo a un semidiós, el partido comunista de "una idea esclarecedora" de un concepto anarquista cualquiera. ¿Qué piensan ustedes de ese Congreso donde todos los asistentes desde que aparece el Maestro, de esas miles de lamparitas eléctricas que se iluminan desde el momento en que él toma la palabra, de esos operadores cinematográficos que hacen tomas desde todos los costados para recoger la visión del Pontífice que arenga a sus fieles? Idea sorprendente de servilismo, sí; de liberación, no. Como escribió anterior y elegantemente mi ex colaborador –Víctor Serge, "no faltaba a la fiesta mas que el gesto de un Valiente". Por una idea sorprendente, he allí una, y todavía una de las más puras

1Die Deutsche Republik, 20/10/1922. 2Rudolf Rocker: Bolchevismo y Anarquismo.

lunes, 24 de agosto de 2009

Hacia la nada creadora: Individuo y revuelta x Renzo Novatore


EL HEDONISTA: ES UN PLACER PODER HECHAR ESTO AL MUNDO. A VER SI LO AGUANTA. AKI PUES EL GRAN RENZO NOVATORE POR FIN GRACIAS A UN COMPA KE LO TRADUJO EN ALASBARRICADAS.ORG DESDE EL ITALIANO.

NOTA INDRODUCTORIA

A casi setenta años desde que se publicase por primera vez, Hacia la Nada Creadora parece que sigue manteniendo intacta su fuerza subversiva. Esta característica de “actualidad inmutable”, prescindiendo de los “cambios sociales” acaecidos y más allá de la forma literaria, es común a gran parte de los escritos de anarco-individualistas, es decir, de aquellos que no fundamentaban su propia vida en un programa social y económico que realizar – sobre cuya validez sólo la Historia podía expresarse – sino en el individuo, en el ser humano concreto de carne y hueso (lo que muy probablemente explica también el renovado interés en la obra de Stirner).

Pero la valorización del individuo no puede y no debe diluirse en la constitución de una nueva escuela, de una nueva ideología, que en un momento de incertidumbre como el que estamos atravesando podría atraer a todos aquellos – y son muchos – que van en búsqueda de un punto de apoyo inquebrantable. El Partido no puede sustituir al individuo sólo porque se lo considere exento de toda crítica en el “confronto” con la realidad social. El mayor riesgo, en definitiva, es el de recluirse en la clásica torre de marfil, como en el pasado hicieron en efecto muchos anarco-individualistas.

Muchos, pero no todos. Es por esto que la reedición de esta obra de Renzo Novatore, que nos permite redescubrir su figura bajo diversos aspectos excepcionales de anarco-individualista, viene a colación, puesto que no sólo “fa piazza pulita” de las posibles especulaciones sobre el individualismo, sino que también es al mismo tiempo una llamada a la lucha de una actualidad por momentos sorprendente.

Entre cuantos se declararon anarco-individualistas, Renzo Novatore ocupa indiscutiblemente un puesto de honor, siendo uno de los mayores representantes de lo que en la época se llamaba “anarquismo heroico e iconoclasta”. Hombre de pensamiento y acción, Novatore en el curso de su vida demostró más de una vez su propia unicidad.

Durante la primera guerra mundial, cuando el intervencionismo atraía no pocos adeptos entre los anarquistas, sobre todo en las filas de los individualistas, Novatore se posicionó resueltamente contra la guerra, disertando arma en mano y siendo por esto condenado a muerte por el tribunal de La Spezia. A diferencia de gran parte de los demás individualistas, que se entretenían con académicas elecubraciones sobre el Yo, Novatore vivió como un proscrito, realizando atentados y expropiaciones y participando activamente en numerosas tentativas insurreccionalistas, hasta que fue asesinado en un enfrentamiento armado con los carabinieri en 1.922.

Antidogmático, entró a menudo y de buena gana en polémica ya fuese con los anarquistas organizadores ligados al UAI – Unión Anarquista Italiana – (tuvo un polémica muy fuerte con Camillo Barneri), o con los exponentes de un cierto anarco-individualismo (como Carlo Molaschi).
Para Novatore – lector de Stirner pero no por ello discípulo del stirnerismo – la afirmación del individuo, la continua tensión hacia la libertad, lleva inevitablemente a la lucha contra lo existente, al enfrentamiento violento contra la autoridad y contra todo tipo de “attendismo” (actitud de esperar a ver que pasa).

Escrito alrededor de 1.921 Hacia la Nada Creadora, que muestra de forma patente la influencia de Nietzsche sobre el autor, ataca uno tras otro al cristianismo, al socialismo, a la democracia, al fascismo, mostrando las miserias morales y espirituales de estos. Todo lo que ha llevado a la degradación del individuo, que lo ha sometido bajo distintos pretextos a “fantasmas sociales”, es agredido con furia iconoclasta. Con esta crítica a aquello que disminuye la unicidad del particular – todavía hoy plenamente válida – Novatore derriba todos los tópicos difundidos en relación a los individualistas. A veces con una sonrisa en los labios y otras con rabia, Novatore desmiente a quién lo imagina encerrado en el claustro de la especulación filosófica; rechaza las acusaciones de quién lo pretende, en cuanto carente de proyectualidad, ciego negador; muestra la ridiculez de quien lo considera contrario a la revolución y favorable únicamente a la revuelta individual. Todo esto sin perder nunca la ocasión de afirmar la unicidad del individuo, la grandeza del sueño, la fuerza del deseo, la belleza de la anarquía. En otras palabras, aquello que hoy es considerado vetusto y superado, pero que quizás está simplemente fuera de moda.

Cierto, ha pasado mucho tiempo desde la redacción de este texto. Pero el triunfo de la democracia, la supervivencia del estalinismo, el resurgir del fascismo, la propagación de la tecnología, la universalización de las mercancías, la homologación realizada por los mass media, la reducción del lenguaje, el desprecio por la utopía: aquello que enmaraña y anega al individuo en un mar de mediocridad, a domesticar su unicidad, a placar cualquier instinto de revuelta, a volverlo incapaz tanto para ell amor como para el odio, impotente en su dócil vivencia – todo esto es espantosamente actual. He aquí porque se vuelve igualmente actual e indispensable por cuanto puede servir para eliminar la sacralización y para combatir esta situación.
Una cosa es cierta, solamente quien prefiera el mar embravecido al agua estancada sabrá seguramente apreciar la obra iconoclasta de Renzo Novatore.

M. S.


He ido poniendo en negrita cosas con las que tengo alguna duda o no me vienen a la mente las palabras para traducirlo exactamente. Ya iré mirando, poco a poco.



NOTA BIOGRAFICA


Renzo Novatore, pseudónimo de Abele Rizieri Ferrari, nace en Arcola (SP) el 12 de mayo de 1.890 en una modesta familia de campesinos.
Rebelde ante la disciplina escolar, va solamente unos meses a las clases de la enseñanza primaria; después abandona la escuela definitivamente y es obligado por el padre a trabajar en el campo. Pero su profundo deseo de conocimiento unido a una tenacidad y una voluntad bien implantadas lo convierten en un precoz autodidacta: con el tiempo se va transformando en un lector incansable y con un agudo sentido crítico que le impide ser dominado por las ideas ajenas.
Todavía adolescente es acusado con una decena de coetaneos de haber provocado un incendio en la iglesia de N.S. De los Ángeles, tras tres meses es procesado y después absuelto.
Iniciada la Primera Guerra Mundial Novatore decide armarse contra la Sociedad de la Guerra. Condenado a muerte por deserción y alta traición, se traslada a Emilia y comienza a hacer propaganda de la rebelión armada contra la ferocidad de los Estados.
Tras el armisticio, mientras todos los demás compañeros de Arcola vuelven, Renzo Novatore continua siendo un prófugo: las fuerzas policiales se empeñan a fondo, con feroz dedicación para sacar de su agujero a este “peligroso bandido anarquista” contra quien tiene la orden de disparar a matar. Arrestado después de los movimientos de La Spezia de 1.919, es condenado a diez años de cárcel en una prisión de máxima seguridad, pero sale de la prisión de Livorno gracias a la amnistía que se lleva a cabo.
Retoma con dedicación y entusiasmo la acción anarquista y emprende diversas tentativas insurreccionalistas.
Es nuevamente arrestado por el asalto armado del polvorín y el cuartel de los marineros de Val di Fornola.
Nada más ser liberado, en el periodo de la ocupación de las fábricas lo reencontramos ocupado en una vasta tentativa insurreccionalista que fracasa tras un chivatazo.
Después de un periodo de relativa calma en el cual publica la revista "Vertice", a continuación, un enfrentamiento armado con la policía se ve obligado a abandonar Arcola y a deambular por la Italia Septentrional, prosiguiendo de todos modos su actividad revolucionaria.
Casado con Emma, tiene tres hijos, uno de los cuales muere con pocos años de vida; los otros son Renzo y Stelio (el único todavía con vida).
Renzo Novatore muere el 29 de noviembre en Teglia (GE), muerto en un conflicto armado por los carabinieri.
***


Su vasta obra, en parte perdida, se extendió por numerosos periódicos anarquistas de la época, entre los que recordamos “Il Liberiano” de La Spezia, “Cronaca Libertaria” de Milán, “Iconoclasta” de Pistoia, “Gli Scamiciati” de Pegli, “Pagine Libertarie” de Milán, “Il Proletariato” de Pontremoli y la revista “Vertice”.
Dos años después de su muerte el grupo anarqusita “Los hijos del Etna” de Siracusa publicó “Hacia la Nada Creadora” y “Por encima del Arco”, ambos reeditados entre 1.949 y 1.953 del Grupo Editorial Albatros, de Florencia. La edición de “Hacia la Nada Creadora” que presentamos es la americana de 1.939, a cargo de Virginio de Martin.

INTRODUCCIÓN


El bello prefacio del ignoto hijo del Etna y las páginas de expresión heroica de Renzo Novatore yo solamente recomiendo que sean bien leídas y comprendidas. Militante libertario durante veinte años, él escribió estas páginas durante los episodios ocurridos en Italia en 1.919-1.921.
Viento de reconquista que despertó a todo el pueblo italiano, inmerso en el dolor acumulado durante las danzas macabras de la gran guerra; los más tiernos jóvenes de Italia habían muerto en un mar de sangre mientras los viejos, las mujeres y los niños morían de dolor y de hambre.
La muerte era lenta, no sabían ni vivir ni morir, y fue en esta lúgubre noche cuando los individualistas y los iconoclastas oyeron los gritos y encendieron las antorchas cantando extrañas canciones:
que la vida era hermosa y hermosa era la Lucha contra los verdugos y los tiranos. La gorda y mediocre burguesía cebada con los beneficios de la guerra se regocijaba y dormía en medio de sueños placenteros, y fue Bruno Filippi el primer iconoclasta que el 7 de septiembre de 1.919 por la mañana como un violenta sacudida sísmica despertó a Milán y a la escoria plebeya y aristocrática. El Milán de los búhos y cocodrilos sintió como se resquebrajaba el terreno a los pies de un rumor espantoso, Bruno se había dirigido contra la ley e hizo temblar a los hombre y a las cosas... Y Renzo Novatore aderezó el baile con la poesía... De los libres y fuertes riendo... El orgulloso Pueblo Cadorino al unísono sonrió... Sintió la imperiosa necesidad de vivir su propia vida en la atmósfera alta y sublimemente intelectual del pensamiento propugnante del gozo de vivir. Como rubias y felinas leonas, las mujeres del Alto Cadore incitadas por los rebeldes cogieron a sus pequeños e incitaron a los habitantes de las majestuosas y perfumadas forestas verdes y salvajes a conquista la libertad y la vida riendo. La filosofía de Renzo Novatore es la más hermosa, y la única vía para quien pretende vivir intensamente la vida.


Virginio De Martin

PREFACIO


¡Triste historia la del anarquismo individualista en Italia!
Incomprendido en la tristeza de su Dolor y en la dicha de su Gozo; ridiculizado por cuantos podían entenderlo si no admirarlo, la mofa no llegó nunca a las altiplanicies soleadas del Odio, pero se insinuó, denigró, vilipendio...en la sombra... como un espía...por miedo: traicionado por algunos de sus defensores de un día que con los años habían perdido la fe en la Nada, fue acusado de debilidad, de aberraciones, de intolerancia...y débiles, los desviados, los intolerantes eran ellos, los desilusionados.
Más allá de las incompresiones, la mofa, por encima de la traición iluminó – aun con rayos – la noche de todas las renuncias.
Y los suyos fueron faros para los anormales, los rebeldes, los vagabundos, en la noche de las renuncias que dura.
¿Se consumieron en instantes o en eras? Nada pidieron
...Y los faros continúan aún encendidos...

***

Minoría absoluta en lucha con una mayoría potentemente organizada, los individualistas luchan para realizar su ideal repleto de cantos, flores, luces más allá y fuera de la sociedad burguesa.
No tienen fe en los compañeros, porque reconocen que el compañero no es una afinidad electiva como el amigo.
Y por un sueño se baten, por un sueño sacrifican tesoros de afecto, por un sueño viven.
Seguros de la derrota, viven la Lucha, y serán los eternos derrotados, porque el día que venciesen sería el fin, y ellos quieren ser el inicio.

***

Renzo Novatore en estas páginas es el individualista tipo, así como lo entiendo yo meridionalísimo.
Un gran rebelde, un rudo artista de la pluma, un maestro de la armonía. Riquísimo de sentimientos, en cada página dona una pequeña parte de sí mismo, porque sabía que una acción es noble, un afecto grande, solo cuando hay sacrificio.
...Y como los demás no fue comprendido. Y como los demás fue calumniado...
Pero él estaba tan metido en cantar sus canciones a los amigos que no se dio cuenta.
Trabajo que surgió de golpe en un momento de inspiración, que en los trabajos de corrido se siente la falta del pulimento, pero se conserva la virginidad de las impresiones.
Su modo de escribir es una melodía enervante y fascinante a la vez, que tiene algo de lo bárbaro y las repeticiones son el motivo dominante, demasiado ligado al autor como para que lo pueda abandonar.
Autodidacta, Renzo Novatore desconocía el comercio de los sentimientos más queridos y así los extendió a manos llenas sin pedir nada a cambio. Y nosotros aquellas flores las recogimos y conservamos, aquellas pálidas camelias, para ofrecerlas un día a quien sabrá apreciar el perfume.

El Hijo del Etna


I

Nuestra época es una época de decadencia. La civilicación burguesa-cristiano-plebeya ha llegado hace mucho tiempo al punto muerto de su evolución...
¡Ha llegado la democracia!
Pero bajo el falso esplendor de la civilización democrática, los más altos valores espirituales han caído rotos en pedazos.
La fuerza volitiva, la individualidad bárbara, el arte libre, el heroísmo, el genio, la poesía, han sido objeto de burla, ridiculizados, calumniados.
Y no en nombre del “yo", sino de la “colectividad”. No en nombre del “único”, sino de la “sociedad”.
Así el cristianismo — condenando la fuerza primitiva y salvaje del instinto virginal — mató el “concepto” vigorosamente pagano del gozo terreno. La democracia — su hijita — lo glorificó haciendo apología de este delito y celebrando la siniestra y vulgar grandeza...
¡Ahora ya lo sabemos!
El cristianismo fue el filo envenenado clavado brutalmente en la carne sana y palpitante de toda la humanidad: fue una fría ola de tinieblas impulsada con furia místicamente brutal que ofuscó el hedonismo sereno y festivo del espíritu dionisiaco de nuestros padres paganos.
En una fría velada invernal que se precipitó fatalmente sobre un caluroso mediodía de verano! Fue él – el cristianismo – que sustituyendo con el fantasma del “dios” la realidad palpitante del “yo”, se declaró enemigo feroz del gozo de vivir, y se vengó vilmente con la vida terrena.
Con el cristianismo la Vida fue enviada a la añoranza en los pavorosos abismo de las más amargas renuncias; fue empujada a los glaciales de la renegación y de la muerte. Y de este helado lugar de renegación y de muerte nació la democracia...
Puesto que ella — la madre del socialismo — es la hija del cristianismo.


II

Con el triunfo de la civilización democrática se glorificó a la plebe del espíritu. Con su feroz antiindividualismo – la democracia – pisoteó – al ser incapaz de comprenderla – toda heroica belleza del “yo” anticolectivista y creador.
Los sapos burgueses y las ranas proletarias se estrecharon las manos en una común vulgaridad espiritual, comunicándose religiosamente en el cáliz de plomo que contenía el viscoso licor de las mismas mentiras sociales que la democracia tanto a unos como a otros presentaba.
Y los cantos, que burgueses y proletarios entonaron a su comunión espiritual, fueron un común y fragoroso “¡Hurra!” a la Oca victoriosa y triunfante.
Y mientras los “¡hurras!” estallaban altos y frenéticos, ella – la democracia – se iba poniendo la gorra plebeya sobre la lívida frente, proclamando – siniestra y feroz ironía – los iguales derechos... ¡del Hombre!
Fue entonces cuando las águilas, dentro de su prudente consciencia, batieron más fuerte sus titánicas alas, librándose – asqueadas ante el trivial espectáculo – hacia las cimas solitarias de la meditación.
Así, la Oca democrática, permaneciendo reina del mundo y señora de todas las cosas, imperó dueña y soberana.
Pero visto que por encima de ella algo reía esperando, ella, por medio del socialismo, su único y verdadero hijo, hizo lanzar una piedra y un verbo, en el bajo dominio cenagoso donde croaban sapos y ranas, para levantan un combate de panzas, y hacerlo pasar por una guerra titánica de ideas soberbias y de espiritualidad. Y en los pantanos, el combate se produjo...
Se produjo en modo tan evidente, hasta a salpicar el fango ¡tan alto como para ensuciar las estrellas!
Así, con la democracia, todo fue contaminado.
¡Todo!
Incluso aquello de entre lo mejor.
Incluso aquello de entre lo peor.
En el reino de la democracia, las luchas que se abrieron entre capital y trabajo, fueron luchas raquíticas, larvas impotentes de guerra, carentes de todo contenido de alta espiritualidad, y de toda valerosa grandeza revolucionaria, ¡incapaces de crear otro concepto de vida más fuerte y más bella!
Burgueses y proletarios, aun pegándose por cuestión de clase, de dominio y de instinto, se mantuvieron por siempre hermanados en el odio común hacia los grandes vagabundos de espíritu, contra los solitarios de la Idea. Contra todos los atormentados del pensamiento, contra todos los transfigurados por una belleza superior
Con la civilización democrática, Cristo ha triunfado...
“Los pobres de espíritu”, más el paraíso de los cielos, han tenido la democracia sobre la tierra. Si el triunfo non fuese todavía completado, lo cumplirá el socialsimo. En su concepto teórico lo ha anunciado tanto tiempo ha. El tiende a “nivelar” todos los valores humanos. Atentos, ¡oh jóvenes espíritus!
La guerra contra el hombre individuo fue iniciada por Cristo en nombre de Dios, fue desarrollada por medio de la democracia en nombre de la sociedad, amenaza de completarse en el socialismo, en nombre de la humanidad.
Si no sabemos destruir a tempo estos tres fantasmas tan absurdos como peligrosos, el individuó se encontrará irremisiblemente perdido.
Hace falta che la revuelta del “yo” se expanda, se ensanche, ¡se generalice!
Nosotros – los precursores del tiempo – ¡hemos encendido ya los faros!
Hemos encendido la antorcha del pensamiento.
Hemos blandido el hacha de la acción. ¡Y los hemos destrozado, los hemos dejado en evidencia!
Pero nuestros “delitos” individuales deben ser el anuncio fatal de la gran tempestad social.
La gran y tremenda tempestad que hará hundirse a todos los edificios de las mentiras convencionales, que tirará abajo los muros de todas las hipocresías, ¡que reducirá el viejo mundo a un montón de escombros y ruinas humeantes!
Porque es de estos escombros, de Dios, de la sociedad, de la familia y de la humanidad, que podrá nacer lozana y festiva la nueva alma humana, la nueva alma humana. Esta nueva alma humana que sobre las ruinas de todo un pasado cantará el nacimiento del hombre liberado: del “yo” libre y grande. (uno, grande y libre :o, ¿Ése no era Hayis? :-OO)


III


Cristo fue un paradójico equívoco de los evangelios. Fue un triste y doloroso fenómeno de decadenzia, nacido del cansancio pagano.
El Anticristo es el hijo de todo el odio gallardo que la vida ha acumulado en lo secreto de su fecundo seno, durante los más de veinte siglos de dominio cristiano.
Porque la historia se repite.
Porque el eterno retorno es la ley que rige el universo.
¡Es el destino del mundo!
¡Es el eje sobre el cuál gira la vida!
Para recurrirse.
Para contradecirse.
Para recorrerse.
Para no morir...
Porque la vida es movimiento, acción.
Que recorre el pensamiento,
que busca el pensamiento,
que ama el pensamiento.
Y este anda, corre, se afana.
Quiere arrastrar a la Vida al reino de las ideas.
Pero cuando la vía está impracticable, entonces, se lamenta el pensamiento.
Llora y se desespera...
Puesto que el cansancio lo hace débil, lo vuelve cristiano.
Entonces él coge a la hermana Vida de la mano y trata de confinarla en el reino de la muerte.
Pero el Anticristo - el espíritu del instinto más misterioso y profundo - reclama para sí la Vida,
gritándole bárbaramente: ¡Empecemos de nuevo!
¡Y la Vida vuelve a empezar!
Porque no quiere morir.
Y si Cristo simboliza el cansancio de la vida, el ocaso del pensamiento: ¡la muerte de la idea!
El Anticristo simboliza el instinto de la vida.
Simboliza la resurrección del pensamiento.
El Anticristo es el simbolo de una nueva aurora.


IV


Si la moribunda civilización democrática (burguesa-cristiano-plebeya) consiguió nivelar el alma humana, negando todo alto valor espiritual emergente por encima de ella, no consiguió – afortunadamente- nivelar las diferencias de clase, de privilegio y de casta, las cuales – como ya habíamos dicho – permanecieron divididas solamente por una cuestión de estómago.
Puesto que – para unos y para otros – el estómago se mantuvo – se necesita confesarlo, y no sólo confesarlo – como ideal supremo. Y el socialismo todo esto lo comprendió...
Lo comprendió, y hábilmente – y prácticamente quizás útil, ahora ya especulador* – echó el veneno de sus groseras doctrinas de igualdad (igualdad de piojos, delante de la sacra majestad del Estado soberano) dentro de los pozos de esclavitud donde feliz aplacaba su sed la inocencia.
Pero el veneno que el socialismo extendió no era el veneno potente capaz de dar virtudes heroicas a quien lo hubiese bebido.
No: no era el veneno radical capaz de cumplir el milagro que ensalza - trasfigurándola y liberándola – el alma humana. Sino que era una mezcla híbrida de “sí” y de “no”.
¡Un lívido pastiche de “autoridad” y de “fe”, de “Estado” y de “advenir”!
Así que, con el socialismo, la plebe proletaria se sintió otra vez más cercana a la plebe burguesa y juntos se dirigieron hacia el horizonte, esperando confiados al Sol del Advenir!
Y eso porque, mientras el socialismo no fue capaz de transformar la manos temblorosas de los esclavos en garras iconoclastas, impías y rapaces; al mismo tiempo fue también incapaz de transformar la mezquina avaricia de los tiranos en alta y superior virtud donadora.
Con el socialismo, el círculo vicioso y viscoso, creado por el cristianismo y desarrollado por la democracia, no fue destruido. Al contrario, se consolidó aún más...
El socialismo permaneció en medio del tirano y del esclavo como un puente peligroso e impracticable; como un falso eslabón de conjunción; como el equivoco del “sí” y del “no” que forman el pegote en el que reside su absurdo principio informador.
Y nosotros hemos visto, una vez más, el juego fatalmente obsceno que nos ha provocado náuseas.
Hemos visto socialismo, proletariado y burguesía, volver a entrar juntos en la órbita de la más baja pobreza espiritual para adorar a la democracia. Pero siendo – la democracia – el pueblo que gobierna al pueblo a golpe de bastón – por amor del pueblo, como un día Oscar Wilde vino a sentenciar – era lógico que los verdaderos espíritus libres, los grandes vagabundos de la Idea, sintiesen más fuerte la necesidad de impulsarse decididamente hacia el extremo confín de su iconoclastia de solitarios, para preparar en el silencioso desierto la aguerridas falanges de las águilas humanas, que intervendrán furibundas en la trágica celebración de la víspera social, para aferrar a la civilización democrática entre sus garras, ¡y dejarla caer en el vacío del abismo de un viejo tiempo ya pasado!

*da abile - e praticamente forse utile, ormai speculatore (forse significa "quizás" y ormai "ahora ya" para indicar un punto de no retorno o en un momento concreto) No se me ocurre como traducirla exactamente. :-?

V


Cuando los burgueses fueron arrodillados a la derecha del socialismo, en el sagrado templo de la
democracia, se acomodaron tranquilamente sobre el lecho de la espera para dormir su absurdo
sueño de paz. Pero los proletarios, que bebiendo el veneno socialista habían perdido su inocencia
feliz, gritaron desde la parte izquierda, turbando el sueño tranquilo de la idiota
burguesía criminal.
Mientras tanto, en las más altas montañas del pensamiento los vagabundos de la idea vencían la náusea,
anunciando que algo parecido a la risa fragorosa de Zaratustra había siniestramente producido su eco...
El viento del espíritu, igual al huracán, habría tenido que compenetrar el alma humana y levantarla
impetuosamente en el torbellino de ideas para arrollar a todos los viejos valores en la tiniebla
del tiempo, realzando en el sol la vida del instinto sublimado por el nuevo pensamiento.
Pero los sapos burgueses comprendieron, despertándose, que algo incomprensible gritaba
en lo alto, amenazando su baja existencia. Sí: comprendieron que desde lo alto venía algo como
una piedra, un estrépito, una amenaza.
Comprendieron que la voz satánica de los frenéticos precursores del tiempo anunciaba una
furibunda tormenta que, partiendo de la voluntad renovadora de unos pocos solitarios, explotaba
en las vísceras de la sociedad para empezar de cero.
Pero no comprendieron (y no lo comprenderán hasta que no sean aplastados) que eso
que pasaba sobre el mundo era el ala potente de una libre vida, en el batido de la cual estaba
la muerte del “hombre burgués” y del “hombre proletario”, para que todos los hombrees fuesen
“únicos” y “universales” al mismo tiempo.
Y este fue el motivo por el cual todas las burguesías del mundo sonaron al unísono sus campanas,
acuñadas de falso metal idealístico, llamando a una gran reunión.
Y la reunión fue general...
Todas las burguesías se refugiaron juntas.
Acurrucadas juntas entre los viscosos juncos crecidos en el pantano de sus mentiras comunes y allí, en el
silencio del fango, decidieron el exterminio de las ranas proletarias, sus siervas y amigas...
Del feroz complot formaron parte todos los sacerdotes de Cristo y de la democracia.
Presenciaban también todos los ex-apóstoles de las ranas. La guerra se decidió y el príncipe de las
viboras negras bendijo las armas fratricidas en nombre de aquel dios que dijo “no matarás”,
mientras el simbólico vicario de la muerte imploró a su idea que viniese a bailar sobre el mundo.
Entonces el socialismo – como hábil acróbata y práctico saltimbanqui – dio un salto adelante.
Saltó sobre el filo extendido de la sentimental especulación política, se ciñó de negro la frente; y,
doloriéndose y llorando, así más o menos, habló: “Yo soy el verdadero enemigo de la violencia.
Soy enemigo de la guerra, y más enemigo de la revolución. Soy el enemigo de la sangre”.
Y después de haber hablado nuevamente de “paz” y de “igualdad”, de “fe” y de “martirio”,
de “humanidad” y de “advenir”, entonó una canción sobre motivos del “sí” y del “no”, plegó la cabeza
y lloró,
Lloró lágrimas de Judas, ¡que no son ni siquiera el “me lavo las manos” de Pilatos!
Y las ranas partieron...
Partieron hacia el reino de la suprema vileza humana.
Partieron hacia el fango de todas las trincheras.
Partieron.
¡Y la muerte vino!
Vino ebria de sangre y danzó macabramente sobre el mundo.
Por cinco largos años...
Fue entonces que los grandes vagabundos del espíritu, aquejados de una nueva náusea, cabalgaron otra
vez sobre sus libres águilas para librarse vertiginosamente en la soledad de sus lejanos glaciares ríendo y maldiciendo.
También el espíritu de Zaratustra – el más auténtico amante de la guerra y el más sincero amigo de los
guerreros – tuvo que permanecer bastante asqueado e indignado puesto que alguno lo sintió
exclamar: “Vosotros deberéis ser para mí aquellos que tienden sus miradas en busca del enemigo
de vuestro enemigo. Y en algunos de vosotros el odio se manifiesta en la primera mirada. Vosotros deberéis buscar
a vuestro enemigo, combatir vuestra guerra, ¡y eso por vuestras ideas!
Y si vuestra idea sucumbe, ¡que vuestra rectitud grite al triunfo!”.
Pero, ¡ay! La predicación heroica del bárbaro liberador ¡no valió de nada!
Las ranas humanas no supieron distinguir a su enemigo, ni combatir por las propias ideas.
(¡Las ranas no tienen ideas!).
Y no conociendo a su enemigo, ni teniendo ideas propias, combatieron por el vientre de sus
hermanos en Cristo, por sus iguales en democracia.
Combatieron contra sí mismos por su enemigo.
Abel, renacido, moría por Caín una segunda vez.
¡Pero esta vez por sí mismo!
Voluntariamente...
Voluntariamente, porque podía revolverse y no lo ha hecho...
Porque podía decir: ¡no!
O ¡sí!
Porque diciendo: “no”, ¡habría sido fuerte!
Porque diciendo: “sí”, habría demostrado “creer” en la “causa” por la que combatía.
Pero no ha dicho ni “sí” ni “no”.
¡Ha partido!
¡Sin luchar!
¡Como siempre!
Ha partido...
¡Se ha dirigido hacia la muerte!...
Sin saber el porqué.
Como siempre.
Y la muerte ha venido...
Ha venido a bailar sobre el mundo: ¡por cinco largos años!
Y danzó macabramente sobre las cenagosas trincheras de todas las partes del mundo.
Danzó con pies fulgurantes...
Danzó y rió...
Rió y danzó...
¡Por cinco largos años!
¡Ah! Cuan vulgar es la muerte que danza sin tener sobre el dorso las alas de una idea...
Que cosa más idiota el morir sin saber el porqué...
Nosotros la hemos visto – cuando bailaba – a la Muerte.
Era una Muerte negra, sin transparencias de luz.
¡Era una muerte sin alas!
Cuan fea y vulgar...
Cuan torpe era la danza.
¡Pero aun así bailaba!
Y como iba segando las vidas – danzando – de todos los superfluos, y todos aquellos que estaban de más. Todos
aquellos por los que – dice el gran liberador – fue inventado el Estado.
Pero ¡ay! No solamente a aquellos se llevaba...
La muerte – para vengar al Estado – ha eliminado también a los no inútiles, ¡incluso a los necesarios!...
Pero aquellos que no eran inútiles, aquellos que no estaban de más, aquellos que cayeron
diciendo “¡no!”
Serán vengados.
Nosotros los vengaremos.
¡Los vengaremos porque eran hermanos nuestros!
Los vengaremos porque cayeron con las estrellas sobre los ojos.
Porque muriendo han bebido del sol.
El sol de la vida, el sol de la lucha, el sol de una Idea.


VI


¿Qué ha renovado la guerra?
¿Dónde esta la transfiguración heroica del espíritu?
¿Donde tienen colgadas las tablas fosforescentes de los nuevos valores humanos?
¿En que templo han sido depuestas las sagradas ánforas de oro che encierran los corazones luminosos y
flamantes de los heroes dominadores y creadores?
¿Dónde está el esplendor majestuoso del gran y nuevo mediodía?
Ríos temerosos de sangre lavaron todos las glebas y recorrieron todos los senderos del mundo.
Torrentes espantosos de lágrimas hicieron resonar los ecos de su desgarrador lamento a través de
los vórtices de toda la tierra: montañas de huesos y de restos humanos en todas partes blanquearon y
en todas partes se pudrieron al sol.
Pero nada se transformó, ¡nada evolucionó!
Solo el vientre burgués eructó de saciedad y el proletario gritó por demasiada hambre.
¡Ya basta!
Con Karl Marx el alma humana descendió al intestino.
El rugido que hoy pasa sobre el mundo es siempre un rugido del vientre.
Pueda nuestra voluntad transformarlo en grito del alma.
En tormenta espiritual.
En grito de libre vida.
En huracán de relámpagos.
Pueda nuestro fulgor descomponer la realidad del presente, destrozar la puerta de lo desconocido
misterio de nuestro sueño anhelado, y mostrarnos la belleza suprema del hombre liberado.
Porque nosotros somos los locos precursores del tiempo.
Las hogueras.
Los faros.
Las señales.
Los primeros anuncios.


VII


¡La guerra!
¿La recordáis?
¿Qué ha creado la guerra?
Ved:
La mujer vendió su cuerpo y a su prostitución la llamo amor libre.
El hombre. Que se dedicó a fabricar proyectiles y a predicar la sublime belleza de la
guerra, llamó a su vileza: “¡fina astucia y sagacidad heroica!”.
Aquel que vivió siempre de infamia inconsciente, de vileza, de humildad, de indiferencia y de renuncias
débiles, imprecó contra los pocos audaces – que había siempre detestado – porque no tuvieron
la fuerza suficiente para impedir que su vientre fuese reventado por aquellas armas que el
mismo había construido por un vil trozo de pan.
Porque también los pobres de espíritu – aquellos que, mientras la parte más noble de la humanidad
entra en el infierno de la vida, permanecen siempre fuera calentándose – estos siervos humildes y
devotos de su tirano, estos calumniadores inconscientes de las almas superiores, también estos,
digamos, no querían partir.
No querían morir.
Se contorsionaban, lloraban, imploraban, ¡suplicaban!
Pero todo eso por un bajo instinto de conservación impotente y animal, carente de todo
impulso heroico de revuelta y no por otras cuestiones de humanidad superior, de refinada
profundidad sentimental, de belleza espiritual.
No, no, ¡no!
¡Nada de todo esto!
¡El vientre!
El vientre animal solamente.
Ideal burgués – ideal proletario – ¡por el vientre!
Y mientras tanto la muerte vino...
¡Vino a danzar por el mundo sin tener sobre el dorso las alas de una idea!
Y danzó...
Danzó y río.
Por cinco largos años...
Y mientras sobre los confines, borracha de sangre, la muerte sin alas danzaba, en casa, en el sagrado ábside
del interior, declamaba y cantaba – sobre vulgares “gazetas” de la mentira – la
milagrosa evolución moral y material cumplida por nuestras mujeres y la suprema
cima espiritual sobre la cual ascendía nuestro heroico infante glorioso. Aquel que moría
llorando, sin saber el “porqué”.
Cuantas mentiras feroces, cuanto cinismo vulgar vomitaban sus “gazetas” las
siniestras almas de la democrática sociedad y del Estado
¿Quién recuerda la guerra?
Como graznaban los cuervos...
¡Los cuervos y las lechuzas!
¡Y mientras tanto la Muerte danzaba!
¡Danzaba sin tener sobre el dorso las alas de una idea!
¡De una idea peligrosa que fecunda y crea!
Danzaba...
¡Danzaba y reía!
Y como les segaba la vida – danzando – a los superfluos. Todos aquellos que estaban de más. Aquellos por los que
fue inventado el Estado.
Pero, ¡ay! No solamente a aquellos se llevaba...
¡Eliminaba también a aquellos que tenían rayos de sol en los ojos, que tenían en la pupilas las estrellas!
¿Dónde está el arte épico, el arte heroico, el arte supremo que la guerra os había prometido? ¿Dónde la vida
libre, el triunfo de la nueva aurora, el esplendor del mediodía, la gloria festiva del sol?


VIII


¿Dónde está la redención de la esclavitud material?
¿Dónde está quien ha creado la fina y profunda poesía que debía germinar dolorosamente en
este trágico y temible abismo de sangre y de muerte, para decirnos el sufrimiento silencioso y
cruel probado por el alma humana?
¿Quién nos ha dicho la palabra dulce y buena que se dice una mañana serena tras una terrible
noche de huracanes?
¿Quién nos ha dicho la palabra dominadora que nos hace grandes como el propio dolor, puros en la
belleza y profundos en la humanidad?
¡Quién es, quién ha sido alguna vez el genio que ha sabido inclinarse con amor y con fe ante las heridas
abiertas en carne viva de nuestra vida, para acoger todo el noble llanto, para que
la serena risa del espíritu redentor pudiese arrancar las garras a los famélicos monstruos de nuestros
errores pasados para hacernos ascender hacia el concepto de una ética superior, donde, a través del
principio luminoso de la belleza humana purificada en la sangre y en el dolor, pudiésemos
erguirnos fuertes y majestuosos – como flecha tensa en el arco de la voluntad – para cantar a la vida
terrena la más profunda y suave melodía de la más alta de todas nuestras esperanzas!
¿Dónde? ¿Dónde?
¡Yo no la veo!
¡Yo no la siento!
Miro a mi alrededor, pero no veo más que vulgar pornografía, y falso cinismo...
Al menos si un Homero del arte, y un Napoleón de la acción la guerra nos hubiese dado...
Un hombre que hubiese tenido la fuerza para destruir una época, para crear una nueva historia...
¡Pero nada!
Ni grandes cantores, ni grandes dominadores, la guerra nos ha dado.
Solo larvas mentirosas y siniestras parodias.


IX


La guerra ha pasado lavando la historia y la humanidad en el llanto y en la sangre, pero la época ha
permanecido inalterada.
Época de descomposición...
El colectivismo está moribundo y el individualismo todavía no se ha consolidado;
Ninguno sabe obedecer, ninguno sabe mandar.
Pero de todo esto, a saber vivir libres, hay todavía de por medio un abismo.
Abismo que podrá ser rellenado sólo con el cadáver de la esclavitud y el de la autoridad.
La guerra no podía rellenar este abismo. Podía solamente excavarlo más profundo.
Pero eso que la guerra no podía hacer, debe hacerlo la revolución.
La guerra ha hecho a los hombres más brutales y plebeyos.
¡Más triviales y más feos!
La revolución debe volverlos mejores.
¡Debe ennoblecerlos!

X


En este punto – socialmente hablando – hemos resbalado en la pendiente fatal, y ya no hay
posibilidad de volver atrás.
Intentarlo sería un delito.
Pero no un delito noble y grande.
Sino un delito vulgar. Un delito más que inútil y vano. Un delito contra la carne de nuestras ideas.
Porque nosotros no somos los enemigos de la sangre...
¡Somos los enemigos de la vulgaridad!
Ahora que la edad del deber y de la esclavitud está agonizando, queremos cerrar el ciclo del
pensamiento teórico y contemplativo para abrir la puerta de la acción violenta, que es voluntad de vida
y espectáculo de expansión.
Sobre los escombros de la piedad de la religión queremos erigir la dureza creadora de nuestro
corazón supremo.
Nosotros no somos admiradores del “hombre ideal” de los “derechos sociales”, sino aquellos que proclaman el
“individuo real”, enemigo de las abstracciones sociales.
Nosotros luchamos por la liberación del individuo.
Por la conquista de la vida.
Por el triunfo de nuestra idea. Por la realización de nuestros sueños.
Y si nuestras ideas son peligrosas, es porque nosotros somos aquellos que aman vivir
peligrosamente.
Y si nuestros sueños son locos, es porque somos locos.
Pero nuestra locura es nuestra sabiduría suprema.
Pero nuestras ideas son el corazón de la vida; y nuestros pensamientos son los faros de la humanidad.
Y eso que la guerra no ha hecho debe hacerlo la revolución.
Porque la revolución es el fuego de la voluntad y una necesidad de nuestras almas solitarias,
y un deber de la aristocracia libertaria.
Para crear nuevos valores éticos.
Para crear nuevos valores estéticos.
Para acomunar la riqueza material.
Para individualizar la riqueza espiritual.
Porque nosotros – cerebrales violentos y sentimentales pasionales al mismo tiempo -
comprendemos y sabemos que la revolución es una necesidad del dolor silencioso que
produce espasmos en lo hondo, y una necesidad de los espíritus libres que los produce arriba.
Porque, si el dolor que los provoca abajo quiere ascender hasta la feliz sonrisa del sol,
los espíritus libres que los provocan arriba ya no quieren sentirse las pupilas ofendidas por el
dolor de la vulgar esclavitud que los circunda.
El espíritu humano está dividido en tres corrientes:
¡La corriente de la esclavitud, la corriente de la tiranía, la corriente de la libertad!
Con la revolución se necesita que la última de estas tres corrientes irrumpa sobre las otras dos y las arrolle.
Se necesita que cree la belleza espiritual, que enseñe a los pobres la vergüenza de su pobreza,
y a los ricos la vergüenza de su riqueza.
Se necesita que todo eso que se llama “propiedad material”, “propiedad privada”, “propiedad
exterior” se convierta para los individuos en lo mismo que el sol, la luz, el cielo, el mar, las estrellas.
¡Y ello vendrá!
Vendrá porque nosotros – los iconoclastas – ¡la violentaremos! Sólo la riqueza ética y espiritual
es invulnerable. Es verdadera propiedad del individuo. ¡El resto no! ¡El resto es vulnerable! Y todo eso
que es vulnerable será vulnerado. Lo será por la potencia libre de prejuicios del “yo”. Por la fuerza
heroica del hombre liberado.
Y más allá de toda ley, de toda moral tirana, de toda sociedad, de todo concepto de falsa humanidad...
Nosotros no debemos dedicar nuestros esfuerzos a transformar la revolución que se avecina en “delito
anarquista”, para empujar a la humanidad más allá del Estado, más alla del socialismo. Hacia la Anarquía.
Si con la guerra los hombres no pudieron sublimarse en la muerte, la muerte ha purificado la sangre de los caídos.
Y la sangre que la muerte ha purificado – y que el suelo ávidamente ha bebido – ¡ahora grita bajo tierra!
¡Y nosotros solitarios, nosotros no somos los cantores de vientre, sino los oyentes de los muertos; de las voces
de los muertos que gritan bajo tierra!
De la voz de la sangre “impura” que se ha purificado en la muerte.
¡Y la sangre de todos los caídos grita!
¡Grita bajo tierra!
Y el grito de esta sangre nos llama también a nosotros hacia el abismo...
Tiene necesidad de ser liberado!
¡Oh jóvenes mineros, preparaos!
Preparemos antorchas y antiminas.
Se necesita ablandar el terreno.
¡Ya es hora! ¡Ya es hora! ¡Ya es hora!
La sangre de los muertos debe ser liberada.
Quiere alzarse desde las tenebrosas profundidades para lanzarse hacia el cielo y conquistar las estrellas.
Porque las estrellas son las amigas de los muertos.
Son las buenas hermanas que los han visto morir.
Son aquellas que todas las tardes van a su sepulcro con los pies de luz y les dicen.
¡Mañana!...
Y nosotros – los hijos del Mañana – hemos venido hoy a deciros:
¡Ya es hora! ¡Ya es hora! ¡Ya es hora!
Y hemos venido en las horas que preceden al amanecer...
¡En compañía del alba y de las últimas estrellas!
Y a los muertos hemos añadido más muertos...
¡Pero todos aquellos que caen tienen en la pupila una estrella de oro que brilla!
Una estrella de oro que dice:
“La vileza de los hermanos que quedan se convertirá en sueño creador: ¡en heroísmo vengador!
Porque, si no fuese así, no merecería morir!”.
Cuán triste debe ser el morir.
¡Sin una esperanza en el corazón... sin una llama en el cerebro; sin un gran sueño
en el alma; sin una estrella de oro que brilla en nuestra pupila!
***

La sangre de los muertos – de nuestros muertos – grita bajo tierra. Nosotros lo oímos claro y diáfano
aquel grito. Aquel grito que nos embriaga de sufrimiento y dolor.
Y no podemos, ni queremos, permanecer sordos ante aquella voz... nosotros. No queremos permanecerle
sordos, porque la vida nos ha dicho: “Quién permanece sordo a la voz de la sangre no es digno de mí.
Porque la sangre es mi vino; y los muertos mi secreto. ¡Sólo a aquél que escuche la voz
de los muertos, le será resuelto el enigma de mi gran misterio!”
Y nosotros responderemos a esta voz:
¡Porqué solo aquéllos que saben responder a la voz del abismo pueden conquistar las estrellas!
Yo me dirijo a ti, ¡oh hermano mío! A ti me dirijo y te digo:
“Si eres de aquellos que están arrodillados sobre el medio círculo, cierra los ojos en la
tiniebla y precipítate en el abismo.
Sólo así podrás rebotar hasta las más altas cimas y abrir de par en par tus grandes pupilas en el sol”.
Porque no se puede ser águila sin ser buzo. No se puede uno mover a su antojo por las cimas
cuando no se es capaz de hacerlo en las profundidades. En el fondo habita el dolor, en lo alto el tormento.
Sobre el ocaso de todas las edades, surge un único amanecer entre dos atardeceres distintos.
Entre las luces vírgenes de este único amanecer, el dolor del buzo que
se encuentra en nosotros debe unirse al tormento del águila que aún vive en nosotros,
para celebrar las trágicas y fecundas nupcias de la perpetua renovación.
Renovación del “yo” personal entre las tormentas colectivas y los huracanes sociales.
Porque la soledad perenne es sólo de los santos que reconocen en dios su testimonio.
Pero nosotros somos los hijos ateos de la soledad. Somos los demonios solitarios sin testigos.
En el fondo, queremos vivir la realidad del dolor; en lo alto, el dolor del sueño...
¡Para vivir intensamente y peligrosamente todas las batallas, todas las derrotas, todas las victorias,
todos los sueños, todos los dolores y todas las esperanzas! ¡Y queremos cantar al sol,
queremos gritar a los vientos! Porque nuestro cerebro es una hoguera centelleante donde el gran fuego
del pensamiento crepita y arde en locos y gozosos tormentos.
Porque la pureza de todos los amaneceres, la llama de todos los mediodías, la melancolía de todos los
ocasos, el silencio de todas las tumbas, el odio de todos los corazones, el murmullo de todos los bosques,
y las sonrisa de todas las estrellas, son las notas misteriosas que componen la música secreta
de nuestra alma rebosante de exuberancia vital.
Porque en lo profundo de nuestro corazón oímos hablar a una voz de humana individuación
tan imperiosa y gallarda que, muchas veces, al escucharla sentimos miedo y terror.
Porque la voz que habla, es la voz de Él: el Demonio alado de nuestras profundidades.

XI


Ya ha quedado demostrado...
¡La vida es dolor!
¡Pero nosotros hemos aprendido a amar el dolor, para amar la vida!
Porque amando el dolor hemos aprendido a luchar.
Y en la lucha – en la lucha solamente – está el gozo de nuestro vivir.
Permanecer suspendidos a la mitad no es tarea para nosotros.
El círculo de en medio* simboliza el viejo “sí y no”.
La impotencia del vivir y del morir.
Es el círculo del socialismo, de la piedad y de la fe.
Pero nosotros no somos socialistas...
Somos anarquistas. E individualistas, y nihilistas, y aristocráticos.
Porque venimos de los montes.
Desde la proximidad a las estrellas.
Venimos desde lo alto: ¡para reír y maldecir!
Hemos venido para encender sobre la tierra una selva de hogueras, para iluminarla a lo largo de la noche
que precede el gran mediodía.
Y nuestras hogueras se apagarán solamente cuando el incendio del sol descubra mejestuoso sobre
el mar. Y se ese día no debiese llegar, nuestras hogueras continuarán crepitando
trágicamente entre las tinieblas de la noche eterna.
Porque nosotros amamos todo aquello que es grande.
¡Somos amantes de cada milagro, los hacedores de cada prodigio, los creadores de cada maravilla!
Sí: ¡lo sabemos!...
Hay cosas grandes tanto en el bien como en el mal.
¡Pero nosotros vivimos más allá del bien y del mal, porque todo aquello que es grande pertenece a la belleza!
También el "delito".
También la "perversidad".
¡También el "dolor"!
¡Y nosotros queremos ser grandes como nuestro delito!
Para no calumniarlo:
¡Queremos ser grandes como nuestra perversidad!
Para volverla consciente.
Queremos ser grandes como nuestro dolor.
Para ser dignos.
Porque venimos desde lo alto. Desde la casa de la Belleza.
Hemos venido para encender sobre la tierra una selva de hogueras para iluminarla a lo largo de la noche que
precede el gran mediodía.
Hasta la hora en que el incendio del sol explotará majestuoso sobre el mar.
Porque queremos celebrar la fiesta del gran prodigio humano.
Queremos que nuestra alma vibre en un nuevo sueño.
Queremos que de este trágico ocaso social nuestro “yo” salga calmado y ardiente de luz universal.
Porque somos los nihilistas de los fantasmas sociales.
Porque sentimos la voz de la sangre gritar bajo tierra.
Preparemos los antiminas y las antorchas, oh jóvenes mineros.
El abismo nos espera. Precipitémonos al fondo: ¡Hacia la nada creadora!


* Concepto budista: el círculo de en medio representa los 6 estados de la existencia: el mundo de los dioses y semidioses, muerte, infierno, hombres y animales. Mientras que el círculo interno representa la ira, el deseo y la ignorancia, a través del gallo, la serpiente y el cerdo respectivamente. El círculo externo representa la cadena de la causalidad por medio de doce símbolos


XII


Nuestro nihilismo no es nihilismo cristiano.
Nosotros no negamos la vida. ¡No! Nosotros somos los grandes iconoclastas de la mentira.
Y todo aquello que es proclamado “sagrado” es mentira.
Nosotros somos los enemigos de lo “sagrado”.
¡Y hay una ley “sagrada”; una sociedad “sagrada”; una moral “sagrada”; una idea "sagrada”!
Pero nosotros – los dueños y amantes de la fuerza impía y de la belleza volitiva, de la Idea violentadora
– nosotros, los iconoclastas de todo aquello que está consagrado – reímos satánicamente, con una gran sonrisa ancha y burlona.
¡Reímos!...
Y ríendo conservamos el arco de nuestra pagana voluntad de gozar siempre tenso hacia la plena integridad de la vida.
Y nuestras verdades las escribimos con risa.
Y nuestras pasiones las escribimos con sangre.
¡Y reímos!...
Reímos la gran risa sana y roja del odio.
Reímos la gran risa azul y fresca del amor.
¡Reímos!...
Pero riendo nos acordamos, con suma seriedad, que somos los legítimos hijos, los dignos herederos,
de una gran aristocracia libertaria que nos transmitió en la sangre satánicos ímpetus de loco heroísmo,
¡y en la carne olas de poesía, de soles y de canciones!
Nuestro cerebro es una hoguera centelleante, donde el crepitante fuego del pensamiento arde en gozosos tormentos.
Nuestra alma es un oasis solitario siempre floreciente y festivo donde una música secreta canta las complicadas melodías de nuestro alado misterio.
Y en el cerebro nos gritan todos los vientos del monte; en la carne nos gritan todas las tormentas del mar;
todas las Ninfas del Mal; nuestros sueños son ciclos reales habitados por vírgenes musas ardientes.
Nosotros somos los verdaderos demonios de la Vida.
Los precursores del tiempo.
¡Los primeros anuncios!
Nuestra exuberancia vital nos embriaga de fuerza y de desdén.
¡Nos enseña a despreciar la muerte!

XIII


Hoy hemos llegado a la trágica celebración de un gran ocaso social.
El crepúsculo es rojo. El atardecer está ensangrentado. El ansia bate en el viento sus alas ardientes.
Alas rojas de sangre; ¡alas negras de muerte! El Dolor organiza en la sombra al ejército de sus hijos ignotos.
La belleza está en el jardín de la Vida, y está trenzando guirnaldas de flores para coronar la frente de los héroes.
Los espíritus libres han lanzado ya sus fulgores a través del crepúsculo.
Como primeros anuncios de fuego: ¡primeras señales de guerra!
Nuestra época está bajo las ruedas de la historia.
La civilización democrática se dirige hacia la tumba.
La sociedad burguesa y plebeya se deshace fatalmente, ¡inexorablemente!
El fenómeno fascista es la prueba más cierta e irrefutable de ello.
Para demostrarlo no habría más que remontarse en el tiempo e interrogar a la historia.
¡Pero no hay esta necesidad!
¡El presente habla con bastante elocuencia!
El fascismo no es más que el espasmo convulso y cruel de una sociedad plebeya,
pusilánime y vulgar, que agoniza trágicamente ahogada en el pantano de sus vicios y de sus propias mentiras.
Él – el fascismo – celebra estas bacanales suyas con hogueras de llamas, y malvadas orgías de sangre.
Pero del oscuro crepitar de sus lívidos fuegos no salpica ni siquiera una triste chispa de
gallarda espiritualidad innovadora, mientras la sangre que esparce se transforma en vino que los
precursores del tiempo recogen tácitamente en los cálices rojos del odio, destinándolo como
bebida heroica para comunicar a todos lo hijos del dolor social llamados a la crepuscular
celebración del ocaso.
Porque los grandes precursores del tiempo son los hermanos y los amigos de los hijos del dolor.
Del dolor que lucha.
Del dolor que asciende.
¡Del dolor que crea!
Nosotros tomaremos de la mano a estos hermanos ignotos para marchar juntos contra todos los “noes”
de la negación, y juntos subir hacia todos los “síes” de la afirmación; hacia nuevos albores espirituales:
hacia nuevos mediodías de vida.
Porque nosotros somos los amantes del peligro; los temerarios de todas las empresas, los conquistadores de lo imposible,
¡los hacedores y los precursores de todas las "pruebas”!
¡Porqué la vida es una prueba!
Tras la celebración negadora del ocaso social, queremos celebrar el rito del “yo”:
el gran mediodía del individuo íntegro y real.
Para que la noche no triunfe más.
Para que las tinieblas no nos envuelvan más.
Para que el majestuoso incendio del sol perpetúe su fiesta de luz en el ciclo y en el mar.

XIV


El fascismo es un obstáculo demasiado efímero e impotente para impedir el curso del humano
pensamiento que irrumpe más allá de cualquier dique y se desborda más allá de cualquier señal,
arrastrando la acción tras sus pasos.
Es impotente porque es fuerza bruta. Es materia sin espíritu: ¡es noche sin alba! El fascismo es
la otra cara del socialismo. El uno y el otro son dos cuerpos sin alma.

XV


El socialismo es la fuerza material que, actuando a la sombra de un dogma, se resuelve y disuelve en un “no" espiritual.
El fascismo es un tísico del “no” espiritual que tiende – infeliz – a un sí material...
Tanto uno como otro carecen de cualidades volitivas.
Son las tiritas del tiempo: ¡los temporizadores del hecho!
Son reaccionarios y conservadores.
Son los fósiles cristalizados que el dinamismo volitivo de la historia que pasa arrollará juntos.
Porque, en el campo volitivo de los valores morales y espirituales, los dos enemigos se asemejan...
Y se note que, si el fascismo ha nacido, sólo el socialismo es cómplice directo y el padre responsable.
Porque, si cuando la nación, si cuando el Estado, si cuando la Italia democrática,
si cuando la sociedad burguesa se convulsionaba de espasmos y agonía entre las manos nudosas y poderosas del “proletariado” en revuelta,
el socialismo no hubiese impedido vilmente el trágico apretón mortal
- perdiendo las luces de la razón ante los ojos cerrados de ella -
ciertamente el fascismo no habría ni siquiera nacido, a parte de no haber vivido.
Pero el bobo coloso sin alma sin embargo se ha dejado arrastrar
- por causa de que los vagabundos de la idea impulsasen el movimiento de revuelta más allá del signo preestablecido -
a un vulgarísimo juego de siniestra piedad conservadora, y falso amor humano.
Así la Italia burguesa en lugar de morir ha parido...
¡Ha parido al fascismo!
Porque el fascismo es una criatura tísica y deforme, nacida de los amores impotentes del socialismo con la burguesía.
Uno es el padre, la otra la madre. Pero tanto uno como la otra reniegan de la responsabilidad.
Quizás lo encuentran un hijo demasiado desnaturalizado.
Y esto es el por qué lo llaman ¡”bastardo”!
Y el se venga...
Ya bastante infeliz por haber nacido así, se rebela contra el padre y ultraja a la madre...
Y tal vez tiene razón...
Pero nosotros todo esto lo dejamos en manos de la historia. Para la historia y para la verdad, no para nosotros.
Para nosotros – el fascismo – es un seta venenosa plantada profundamente en el podrido corazón de la sociedad, que con ello se contenta...

XVI


Sólo los grandes vagabundos de la idea podrán – y deberán – ser la luminosa palanca espiritual de la tormentosa revolución,
que oscura sobre el mundo avanza...
La sangre pide sangre.
¡Es la vieja historia!
Atrás ya no se puede volver.
Tratar de volver atrás – como hace el socialismo – sería un delito inútil y vano.
Nosotros tenemos que precipitarnos hacia el abismo.
Tenemos que responder a la voz de los muertos.
De aquellos muertos que han caído con inmensas estrellas de oro en las pupilas.
Hace falta ablandar el suelo.
¡Liberar la sangre de debajo de la tierra!
Porque se necesita ascender hacia las estrellas.
Quiere quemar a sus buena hermanas luminosas y lejanas que la han visto morir.
Dicen los muertos, nuestros muertos:
“Nosotros somos muertos con estrellas en los ojos.
Nosotros somos muertos con rayos de sol en las pupilas.
Nosotros somos muertos con el corazón henchido de sueños.
Nosotros somos muertos con el canto de la más bella esperanza en el alma.
Nosotros somos muertos con el fuego de una idea en el cerebro.
Nosotros somos muertos...”.
Cuán triste debe ser el morir con los demás muertos – los muertos no nuestros -
¡sin todo eso en la mente, en el alma, en el corazón, en los ojos, en las pupilas!
¡Oh muertos, oh muertos!... ¡Oh muertos nuestros!
¡Oh antorchas luminosas! ¡Oh faros ardientes! ¡Oh hogueras crepitantes! ¡Oh muertos!...
¡Ajá, estamos en el crepúsculo!
La trágica celebración del gran ocaso social se aproxima.
Nuestra alma grande già se abre de par en par hacia la vasta luz subterránea, ¡oh muertos!
Porque también nosotros tenemos en los ojos las estrellas, el sol en las pupilas, el sueño en el corazón,
el canto de la esperanza en el alma y, en la mente, una idea.
Sí, también nosotros, ¡también nosotros!
¡Oh muertos, oh muertos! ¡Oh antorchas! ¡Oh faros! ¡Oh hogueras!
Nosotros os habíamos sentido hablar en el silencio solemne de nuestras noches profundas.
Decíais:
“Nosotros queríamos ascender en el ciclo del libre sol...
Nosotros queríamos ascender en el ciclo de la libre vida...
Nosotros queríamos ascender allá arriba, donde un día se fijó la mirada penetrante del pagano poeta:
Donde surgen y están como inviolables encinas entre los hombres los grandes pensamientos;
Donde desciende, invocada por los puros poetas, y serena entre los hombres está la belleza;
¡donde el amor crea la vida y respira el gozo!”.
Allá abajo, donde la vida celebra el gozo y se expande en plena armonía de esplendor...
Y por esto, por este sueño luchamos, por este gran sueño morimos...
Y nuestra lucha fue llamada delito.
Pero nuestro “delito” no debe ser considerado más que como virtud titánica, como esfuerzo prometeico de liberación.
Porque fuimos los enemigos de toda dominación material y de toda nivelación espiritual.
Porque nosotros, más allá de toda esclavitud y de todo dogma, vimos bailar libre y desnuda a la vida.
¡Y nuestra muerte debe enseñaros a vosotros la belleza del vivir heroico!
¡Oh muertos, oh muertos! Oh muertos nuestros...
Nosotros la hemos oído vuestra voz...
¡La hemos oído hablar así, en el silencio solemne de nuestras noches profundas!
¡Profundas, profundas, profundas!
Porque nosotros somos los sensitivos.
¡Nuestro corazón es una antorcha, nuestra alma es un faro, nuestra mente es una hoguera!...
¡Nosotros somos el alma de la vida!...
Somos los precursores de la luz del sol que beben el rocío en el cáliz de las flores.
Pero las flores tienen raíces fosfóricas incrustadas en la oscuridad de la tierra.
In aquella tierra que ha bebido vuestra sangre.
¡Oh muertos! ¡Oh muertos nuestros!
¡Aquella sangre vuestra que grita, ruge, que quiere ser liberada, para lanzarse hacia el ciclo y conquistar las estrellas!
Aquellas hermanas vuestras lejanas y luminosas que os han visto morir.
Y nosotros – los vagabundos del espíritu, los solitarios de la idea -
queremos que nuestra alma, libre y grande, abra de par en par sus alas en el sol.
Queremos que el ocaso social sea celebrado en este crepúsculo de sociedad burguesa,
para que la última noche negra se convierta en roja de sangre.
Porque los hijos de la aurora deben nacer de la sangre...
Porque los monstruos de las tinieblas deben ser muertos por el alba...
Porque las nuevas ideas individuales deben nacer de las tragedias sociales...
¡Porque los hombres nuevos deben ser forjados en el fuego!
Y sólo de la tragedia, del fuego y de la sangre, nacerá el verdadero Anticristo profundo de humanidad y de pensamiento.
El verdadero hijo de la tierra y del sol.
El Anticristo debe nacer de los escombros humeantes de la revolución para animar a los hijos de la nueva aurora.
Porque el Anticristo es aquel que viene desde el abismo, para ascender más allá de todo confín.
!Es el enemigo volitivo de la cristalización, de la preestabilización, de la conservación!...
Él es aquel que espoleará a los hombres a través de las misteriosas cavernas de lo desconocido
al descubrimiento perenne de nuevos manantiales de vida y de pensamiento.
Y nosotros – los espíritus libres, los ateos de la soledad, los demonios del desierto – sin testigos -
ya nos hemos impulsado hacia las cimas más extremas...
Porque cada cosa – con nosotros – debe ser llevada al máximo de sus consecuencias.
También el Odio.
También la violencia.
¡También el delito!
Porque el Odio da la fuerza.
La violencia subvierte
El delito renueva.
La crueldad crea.
¡Y nosotros queremos subvertir, renovar, crear!
Porque todo aquello que es vulgaridad pigmea debe ser superado.
Porque todo aquello que vive debe ser grande.
¡Porque todo aquello que es grande pertenece a la belleza!

XVII


Nosotros hemos decidido el “deber” para que nuestra ansia de libre fraternidad adquiera una valor heroico en la vida.
Nosotros hemos matado la “piedad” porque somos bárbaros capaces para el gran amor.
Nosotros hemos matado el “altruismo” porque somos egoístas donantes.
Nosotros hemos matado la “solidaridad filantrópica” para que el hombre social excave su “yo” más secreto y encuentre la fuerza del “Único”.
Porque nosotros lo sabemos. La Vida está cansada de tener amantes raquíticos.
Porque la tierra está cansada de sentirse pisada por largas falanges de pigmeos salmodiantes ruegos cristianos.
Y en fin, porque estamos cansados de nuestros hermanos, carroña incapaz en la paz y en la guerra.
Inferiores en el amor y en el odio.
Cansados y asqueados estamos...
si, muy cansados: ¡muy asqueados!
Y después aquella voz de los muertos...
¡De nuestros muertos!
¡La voz de aquella sangre que grita bajo tierra!
¡De aquella sangre que quiere liberarse para lanzarse hacia el cielo y conquistar las estrellas!
Aquellas estrellas que – bendiciéndolos – han brillado en sus pupilas en el último momento de la muerte,
transformando sus ojos soñadores en vastos discos de oro.
Porque los ojos de los muertos – de nuestros muertos – son discos de oro.
Son meteoros luminosos que vagan en el infinito para señalarnos el camino.
Aquel camino sin fin que es la carretera de la eternidad.
Los ojos de nuestros muertos nos dicen el “Porqué” de la vida, mostrándonos el fuego secreto que arde en nuestro misterio.
De aquel secreto nuestro que ninguno ha cantado hasta ahora...
Pero hoy el crepúsculo es rojo...
El ocaso está ensangrentado...
Estamos próximos a la trágica celebración del gran ocaso social.
Ya sobre las campanas de la historia el tiempo ha batido los primeros golpes anunciadores de un nuevo día.
¡Basta, basta, basta!
¡Es la hora de la tragedia social!
Nosotros destruiremos riendo.
Nosotros incendiaremos riendo.
Nosotros mataremos riendo.
Nosotros expropiaremos riendo.
Y la sociedad caerá. La patria caerá. La familia caerá.
Todo caerá, puesto que el Hombre libre ha nacido.
Ha nacido el que a través de el llanto y el dolor ha aprendido el arte dionisiaco del gozo y de la risa.
Ha llegado la hora de ahogar al enemigo en sangre...
Ha llegado la hora de lavar nuestra alma en sangre.
¡Basta, basta, basta!
Que el poeta convierta en puñal su lira!
Que el filosofo convierta en bomba su sonda
Que el pescador convierta su remo en formidable secur.
Que el minero salga armado con su hierro reluciente desde los antros mortíferos de las oscuras minas.
Que el campesino convierta en lanza guerrera su pala fecunda.
Que el obrero convierta su martillo en hoz y hacha.
¡Y adelante, adelante, adelante!
¡Es tiempo, es tiempo – es tiempo!
Y la sociedad caerá.
La patria caerá.
La familia caerá.
Todo caerá, puesto que el Hombre libre ha nacido.
Adelante, adelante, adelante, oh jocundos destructores.
Bajo el lábaro negro de la muerte, ¡nosotros conquistaremos la Vida!
¡Riendo!
Y la haremos nuestra esclava.
¡Riendo!
¡Y la amaremos riendo!
Puesto que los hombres serios son sólo aquellos que saben obrar riendo.
Y nuestro odio ríe...
Ríe rojo. ¡Adelante!
¡Adelante, por la total destrucción de la mentira y de los fantasmas!
¡Adelante, por la integral conquista de la Individualidad y de la Vida!