martes, 11 de agosto de 2009

La Psicopatía del Trabajo x Penelope Rosemont & Green Anarchy


Trabajar, ahora, nunca, nunca; estoy en huelga.
- Arthur Rimbaud

La despersonalización y alienación de nuestros más profundos deseos se implantan en la infancia a través de la escuela, la iglesia, las películas y la TV, hasta llegar al punto en el que el deseo individual no es sólo una red de contradicciones sino también una mercancía como todas las demás. La “vida real” parece siempre estar lejos de lo que puede pagar un sueldo semanal o una tarjeta de crédito y, por tanto, es aplazada indefinidamente. Y cada aplazamiento contribuye a la reproducción de un sistema social que, prácticamente, todo aquel que no es ni multimillonario ni masoquista, ha llegado a aborrecer.

Ese es el problema al que nos enfrentamos todos: Cómo romper el modelo de la esclavitud laboral que se establece semana a semana, esa costumbre de costumbres, esa adicción de adicciones. Cómo separarnos, a nosotros mismos, de las garras de auto-derrota de las Ilusiones en venta, Inc., alias, el Estado de las empresas de consumo. La ley es trabajar para alguien más, producir la mercancía de alguien más, producir la riqueza que otro goza, pensar lo que otro piensa (a veces, realmente, creyendo que son nuestros propios pensamientos), e, incluso, soñar los sueños de otro – en resumen, vivir la vida de otro. Vivir nuestra propia vida, tener nuestros propios sueños de vida, son ideas que han sido, desde hace mucho tiempo, dejadas de lado.

La supresión sistemática de los deseos reales de una persona – eso es en gran medida en lo que consiste el trabajo – es exacerbada por el Capitalismo que manipula los deseos hasta convertirlos en necesidades artificiales, como las que presenta la publicidad. Esto genera, en la vida cotidiana de las personas, una neurosis masiva con crecientes episodios psicóticos. Para aliviar el aburrimiento omnipresente de nuestras relaciones sociales, la sociedad ofrece una interminable variedad de distracciones y estupefacciones, que se encuentran ‘disponibles en una tienda cerca de ti’. El problema es que estas distracciones y estupefacciones, legales o ilegales, pronto pasan a formar parte del aburrimiento y la rutina, ya que no satisfacen nuestros auténticos deseos.

Cuando las noticias reportan horribles crímenes cometidos por niños o adolescentes tratando de ser satánicos, o superhéroes, o terroristas, o simplemente “malos”, podemos estar seguros de que estos niños viven vidas de apatía intolerable, que están tan aislados de sus propios deseos y de relaciones afectivas con la sociedad en general que ni siquiera saben cómo o dónde buscar algo diferente, o cómo rebelarse de tal modo que, realmente, pueda encontrar algo mejor. En lugar de eso, recogieron nociones baratas de la Escuela Bíblica, Hollywood y la televisión que prometió unos pocos minutos de emoción sin sentido, seguidas por una gran cantidad de publicidad –también sin sentido. Cada vez que algo como esto ocurre, oímos gritos paternales que “vigilan” las películas más cercanamente, y que buscan prohibir la “violencia” expresada por la pantalla del televisor. Rara vez, sin embargo, alguien critica la Biblia o las iglesias cristianas, a pesar de que el Cristianismo es, de lejos, la más sangrienta de la “religiones universales”, pero también la que está más lejos de ser “culpada”. Del mismo modo, rara vez se escucha una crítica a las fuerzas armadas – una banda de asesinos profesionales y uniformados cuya influencia sobre los niños no puede ser más que siniestra.

E incluso, con menos frecuencia, ¿alguien conoce alguna crítica a otra institución, intrínsecamente violenta, como la familia? De hecho, en nuestra fecha tardía de la historia de la humanidad, esta reliquia del patriarcado sigue siendo celebrada como un ideal. La sustitución de la familia ampliada tal como la conocemos hoy en día es una invención del siglo XIX. Construida por los blancos burgueses europeos para satisfacer las necesidades de expansión de la industrialización, refleja el modelo de Capitalismo de la “cadena de mando”. La familia autoriza la continuación de la supremacía masculina como una tradición de tiempo ancestral que se remonta al mandato de Dios. En la familia nuclear, el hombre labora en un puesto de trabajo y la mujer hace lo mismo en el hogar (y, en algunos casos, fuera de este). En cuanto a los niños, ellos son la propiedad privada de la familia y continúan siéndolo años después de haber alcanzado la “madurez”.

Los niños también aprenden a trabajar, la forma correcta de cómo sufrir el aburrimiento. Desde la más temprana edad se les enseña a obedecer órdenes. La escuela y la iglesia les enseñan la necesidad de acudir y permanecer a un lugar determinado durante un periodo prolongado, incluso cuando ellos preferirían estar en algún otro lugar. Todas las clásicas reprimendas – ¡Siéntense!, ¡Hagan lo que digo!, ¡No responda!, ¡Dejen de comportarte como un grupo de indios salvajes!, son parte de la educación de los que se comportan bien, de los esclavos del salario y de las notas, de los que no se quejan.

El mundo de hoy se enfrenta a una preocupación aún más grande, a un mayor desastre que amenaza la vida como nunca antes: las guerras que se intensifican en todo el mundo, la contaminación masiva, el calentamiento global, el retorno de la esclavitud, la supremacía blanca, la opresión de la mujer, el desastre ecológico, el neocolonialismo, el terrorismo de Estado, la prisión de la industria, el genocidio, el cáncer, el SIDA, el número de víctimas mortales por el transporte automovilístico, la xenofobia, los pesticidas, la ingeniería genética – la lista sigue y sigue. Incesantemente bombardeados por las noticias y los sonidos bytes de una catástrofe tras otra, la mayoría de las personas no tienen idea de qué hacer y caen en la parálisis. En el frente ideológico, esta pasividad generalizada, por sí misma, un importante problema social, se mantiene en lo que André Breton llamó miserabilismo, la cínica racionalización de la miseria, el sufrimiento y la corrupción – la ideología dominante del poder en nuestro tiempo.

Cada hora, además, innumerables miles de millones de dólares se gastan en propaganda, publicidad y otras mistificaciones para mantener la ilusión de que la crisis social esparcida en la que vivimos hoy es la mejor y la única posible.

¿Existe algo más importante que comprender que el trabajo es el centro de todos estos problemas? Esta actividad mantiene todo el sistema de miserabilidad funcionando. Sin trabajo, el pacto con la muerte gobernada por el salario que proclama el “libre mercado” perdería su poder, hasta detenerse.

“Mercado libre” significa la libertad para el Capital, y esclavitud para quienes trabajan. Hasta que el problema del trabajo sea disuelto – es decir, hasta que el trabajo sea abolido – todos los otros problemas no sólo se mantendrán, sino que seguirán empeorando. En un mundo demasiado ocupado para vivir, trabajar, per se, se ha convertido en algo tóxico, una forma de “cavar tu propia tumba”.

A pesar de la reanudación de la escasez y la crisis de la ingeniería económica, la sociedad de hoy tiene la capacidad de reducir el trabajo a una pequeña fracción de lo que es en la actualidad, mientras satisface todas las necesidades humanas. Es evidente que si las personas, realmente, quieren el paraíso en la Tierra, pueden tenerlo de la noche a la mañana. Por supuesto, tendrán que superar la inmensa y multinacional “falsa conciencia”, la industria, que trabaja muy duro para asegurarse de que muy pocos trabajadores sepan lo que verdaderamente desean.

El trabajo mata el espíritu, daña el cuerpo, insulta a la mente, mantiene a todos confundidos y desmoralizados, distrae a sus víctimas para que no saboreen de las cosas que realmente importan en la vida. Nuestra lucha no requiere organizadores laborales de un nuevo tipo. Para lograr el debacle del miserabilismo, necesitamos “despertadores” de deseos latentes, fomentadores de un humor prodigioso, estimuladores de sueños ardientes, del anhelo más profundo de una vida de aventura poética.

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